Si algo está de moda en la actualidad, sobre todo en la redes sociales, es la idealización de la depresión (y demás trastornos mentales). Aunque se trata de una enfermedad, la imagen de la persona distante, melancólica e insufrible sigue generando cierto atractivo entre las masas, que romantiza el padecimiento. Esto lo sabe muy bien David Gilmour, líder de Pink Floyd, quien vio con sus propios ojos cómo Syd Barrett, su compañero de banda, sucumbió ante la enfermedad.

La historia de Syd Barret, quien fue el líder de Pink Floyd durante tres años, es algo trágica. Aunque muy sensible y talentoso, algunos sospechan que sufría algún padecimiento no diagnosticado entre esquizofrenia, bipolaridad o autismo. Su uso desmedido de LSD y otros alucinógenos podrían haber aportado al trastorno aunque, en palabras de David Gilmour, eso solo fue un “catalizador” pues los motivos eran otros y mucho más personales (vía Far Out).

“En mi opinión, habría ocurrido de todos modos. Era algo muy arraigado. Pero diría que la experiencia psicodélica podría haber actuado como catalizador. Aún así, no creo que pudiera enfrentarse a la visión del éxito y a todo lo que ello conllevaba. Y había otros problemas que tenía”.

Incluso antes, la figura de Syd Barrett -quien se alejó definitivamente de los escenarios- ya causaba algo de misterio, pero cuando murió en 2006 subió al estatus de leyenda. Pero para Gilmour, no hay nada de legendario en un “pobre hombre triste” cuya enfermedad lo llevó al declive.

“Es triste que la gente piense que es algo tan maravilloso, que es una leyenda viva cuando, de hecho, era este pobre hombre triste que no pudo lidiar con la vida o consigo mismo. Había cosas incontrolables en su interior con las que no pudo lidiar, y la gente piensa que es algo maravilloso, romántico. Es algo muy triste, una persona muy agradable y con talento que se desintegró”

Tras su salida de Pink Floyd, Syd Barrett trató -sin éxito- continuar con su vida de músico a principios de la década de los setenta. Grabó un par de álbumes (incluso con la ayuda de Gilmour y Roger Waters), sin embargo, regresó a casa de su madre y permaneció ahí hasta su muerte en 2006, a la edad de 60 años por cáncer pancreático. Se dedicó completamente a la pintura y la jardinería, viviendo una vida tranquila y cómoda, pues su regalías le pagaban lo necesario.