Independencia.
No podría pensar en un término más romántico, idealista y manoseado en el universo musical. La idea se asocia al movimiento punk, al dedo cordial levantado hacia el sistema, al olor a orines en un recital medianamente vacío. Ahí mismo se desvirtúa. El momento en el que los Sex Pistols nacieron marcó el inicio y el fin del sueño “independiente”. Es un espejismo, una fábula —que con sus contadas excepciones— logra probar su punto: la música “de a deveras” es la que proviene de un lugar en donde nada, ni nadie, te dijo qué hacer. Anarquía adolescente, facha first.
¿Cuántos actos interesantes se ahogan en el tsunami de propuestas musicales que surgen cada minuto? ¿Cuántos lloran su partida? ¿Cuántos se van a acordar? La independencia es ese sueño guajiro perpetrado por los pocos que tangibilizaron las aspiraciones. Tal vez fue Sonic Youth, o tal vez fue Rockdrigo. Después vino MTV.
A menos de que tú solito tengas el conocimiento de la industria; el ojo y el olfato para saber por dónde sí y por dónde no. El rumbo de una trayectoria medianamente exitosa —es decir, que ganes fans y tus conciertos sean redituables— lo va dictando la experiencia, el colmillo y sí —como en el caso de McLaren con los Pistols— a la gente que conozcas.
El caso de Los Infierno, banda chilanga de garage desmadroso, es un ejemplo preciso para contextualizar lo anterior. Su origen proviene, como casi toda la escena capitalina de garage-surf-rockabilly, del Multiforo Alicia. Sus integrantes provenían de Lost Acapulco, Los Explosivos y Los Twin Tones, los sospechosos comunes. La idea inicial de la banda, como un experimento independiente, era mantenerse anónimos: sin nombres que los antecedieran, el proyecto podría ser más interesante. Sin embargo, por azares del destino, el primer concierto de la banda fue presenciado por una Miss Mundo, un corresponsal de guerra y Santos Briz (el de las Mangas del Chaleco) en El Imperial (unas cuadras más al poniente del Alicia, en la parte fresa de la colonia Roma).
Y en el mismo tenor del “dime con quién andas y te diré quién eres”, los integrantes de Los Infierno han sabido trazar su rumbo. Decir qué sí y qué no. Sí, a la proyección, a las fiestas, a las concursantes de belleza y a los escenarios europeos. No al Alicia, a sonar como una banda “indie” endogámica de la misma escena de la misma zona de la misma colonia que todos. Ellos quieren ser “comerciales”, no les llama el “hoyo fonki”: prefieren ser los fonkis en el antro “fresa”. Se ponen como ejemplo a los Hives: una banda que rompió el cascarón del bar “independiente” local (en su caso, el Debaser en Estocolmo) y alcanzó la fama mundial.
Les ha funcionado. Han tocado en Vives Latinos y festivales europeos. Llegaron a sonar en la programación regular de Reactor 105.7. Tienen fans en más de un país. Editan sus viniles con una disquera fuera de México y estos se agotan. Los Infierno están viviendo el sueño y en el camino; se toparon con una coincidencia que podría atreverse a mapear las rutas de ese (posible) infierno llamado independencia.
Con el afán de “creérsela” para no sonar como “la típica banda de garage mexicana” se cuestionaron su nivel profesional. Llevan a un ingeniero de sonido a todos sus conciertos, tienen a su propio staff, hacen community management para ampliar su base de fans, buscan referentes para sonar como ellos quieren. Así fue como consiguieron que Wild Evel, vocalista de los extintos austríacos The Incredible Staggers, produjera su primer disco. Le compraron boletos de avión y le dieron un lugar donde dormir. Nada más. Grabaron el disco y se lo llevaron a mezclar. Cuando la banda escuchó el material, le pareció “demasiado crudo” y poco llamativo para un público como el mexicano. Volvieron a grabar el disco, con más arreglos y un sonido más “comercial”.
Poco sabían los integrantes de Los Infierno, que ese material, el Salvaje, producido por un ídolo de culto en una escena garagera a miles de kilómetros de la colonia Roma, se convertiría en adoración para los clavados en el género. Ese material crudo, bronco, sin condescendencias, les abrió las puertas en Holanda, Bélgica, Francia, España, Eslovenia, Austria, Alemania, Italia… 35 fechas en más de diez países. Y entonces, vivieron ese sueño guajiro de la independencia, el de 24 Hour Party People. Manejar toda la noche para llegar a la siguiente ciudad, tocar frente a ocho personas, o hacer una fiesta en un estudio prestado, vender playeras afuera de los conciertos y sí, también tocar frente a 1000 personas. Regresar a México y entonces ver las puertas abiertas de ese otro mundo. Ahora Los Infierno tienen propuestas de disqueras grandes y producirán su próximo álbum con Tito Fuentes de Molotov.
Pese a todo, los integrantes de la banda tienen trabajos de día. No viven de la música. La promesa indie de bandas como The Hives o los Ramones, sigue sin cumplirse. Lejos están de un fenómeno como Carla Morrison, —o en su momento, Fobia o Café Tacvba, descubiertos por una industria hambrienta de nuevos ídolos—. En este caso, el éxito se mide tal vez con anécdotas, historias que se contarán entre cervezas y views en YouTube. Lejos está el mundo musical de ese sueño llamado Independencia.
Escuchen más sobre Los Infierno y la música independiente de México en el canal de Fill Indie Blanks de Sony Music Unlimited.