Seguro te acuerdas de tus clases de español en la escuela, cuando de vez en cuando te dejaban leer un libro para que entregues un reporte. Para la gran mayoría de nosotros, este tipo de proyectos era un dolor de cabeza. No eran muchos los niños que salían corriendo a la librería para buscar si estaba disponible la obra asignada. Estos días, gracias a los PDFs, ya no hay que correr del todo a ninguna librería, pero de cualquier forma hay que leer páginas y páginas cuando bien uno podría estar jugando XBox.

De cualquier forma, es probable que con estas tareas, algunos estudiantes hayan descubierto un gusto por la lectura, y si tú fuiste uno de ellos, pues felicidades. Y si no, pues no te podemos culpar. Hay que decir que la literatura no es para todos. Sin embargo, si pasaste por la secundaria y la preparatoria en México, es muy probable que hayas leído las páginas de las 10 obras maestras que aquí abajo alistamos.

En la segunda mitad del siglo pasado, la literatura mexicana dio un tremendo brinco, impulsada por el boom latinoamericano. Aquella época nos dejó una serie libros que hasta la fecha podemos sentir su impacto en la sociedad de nuestro país. Tanto así que se convirtieron en lectura obligatoria en las escuelas. Los odies o los ames, estos son los libros que todos seguro leyeron antes de terminar la prepa. Pero si te hace falta uno o dos… o TODOS, pues tienes todo el derecho de ponerte al corriente.

Carlos Fuentes – Aura

“Lees ese anuncio: Una oferta de esa naturaleza no se hace todos los días. Lees y relees el aviso. Parece dirigido a ti, a nadie más.”

Qué leer después: El libro vacío de Josefina Vicens

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Elena Garro – La semana de colores

“Nacha oyó que llamaban en la puerta de la cocina y se quedó quieta. Cuando volvieron a insistir, abrió con sigilo y miró la noche. La señora Laura apareció con un dedo en los labios en señal de silencio. Todavía llevaba el traje blanco quemado y sucio de tierra y sangre.”

Qué leer después: La señal de Inés Arredondo

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Jorge Ibargüengoitia – Los relámpagos de Agosto

“¿Por dónde empezar? A nadie le importa dónde nací, ni quiénes fueron mis padres, ni cuántos años estudié, ni por qué razón me nombraron Secretario Particular de la Presidencia; sin embargo, quiero dejar bien claro que no nací en un petate, como dice Artajo, ni mi madre fue prostituta, como han insinuado algunos, ni es verdad que nunca haya pisado una escuela, puesto que terminé la Primaria hasta con los elogios de los maestros; en cuanto al puesto del Secretario Particular de la Presidencia de la República, me lo ofrecieron en consideración de mis méritos personales, entre los cuales se cuentan mi refinada educación que siempre causa admiración y envidia, mi honradez a toda prueba, que en ocasiones llegó a acarrearme dificultades con la Policía, mi inteligencia despierta, y sobre todo, mi simpatía personal, que para muchas personas envidiosas resulta insoportable.”

Qué leer después: Los albañiles de Vicente Leñero

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José Agustín – De perfil

“Detrás de la gran piedra y del pasto, está el mundo en que habito. Siempre vengo a esta parte del jardín por algo que no puedo explicar claramente, aunque lo comprendo. Violeta ríe mucho porque frecuento este rincón.”

Qué leer después: La princesa del Palacio de Hierro de Gustavo Sainz

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José Emilio Pacheco – Las batallas en el desierto

“Me acuerdo, no me acuerdo: ¿qué año era aquél? Ya había supermercados pero no televisión, radio tan sólo: Las aventuras de Carlos Lacroix, Tarzán, El Llanero Solitario, La Legión de los Madrugadores, Los Niños Catedráticos, Leyendas de las calles de México, Panseco, El Doctor I.Q., La Doctora Corazón desde su Clínica de Almas. Paco Malgesto narraba las corridas de toros, Carlos Albert era el cronista de futbol, el Mago Septién transmitía el beisbol.”

Qué leer después: Tiene la noche un árbol de Guadalupe Dueñas

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José Revueltas – El apando

“Estaban presos ahí los monos, nada menos que ellos, mona y mono; bien, mono y mono, los dos en su jaula, todavía sin desesperación, sin desesperarse del todo, con sus pasos de extremo a extremo, detenidos pero en movimiento, atrapados por la escala zoológica, como si alguien, los demás, la humanidad, impiadosamente ya no quisiera ocuparse de su asunto, de ese asunto de ser monos, del que por otra parte, ellos tampoco querían enterarse, monos al fin, o no sabían ni querían, presos en cualquier sentido que se los mirara, enjaulados dentro del cajón de altas rejas de dos pisos, dentro del traje azul de paño y la escarapela brillante encima de la cabeza, dentro de su ir y venir sin amaestramiento, natural, sin embargo fijo, que no acertaba a dar el paso que pudiera hacerlos salir de la interespecie donde se movían, caminaban, copulaban, crueles y sin memoria, mona y mono dentro del Paraíso, idénticos, de la misma pelambre y del mismo sexo, pero mono y mona, encarcelados, jodidos.”

Qué leer después: La noche de Tlatelolco de Elena Poniatowska

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Juan José Arreola – Confabulario

“Entre amigos y enemigos se difundió la noticia de que yo sabía una nueva versión del parto de los montes. En todas partes me han pedido que la refiera, dando muestras de una expectación que rebasa con mucho el interés de semejante historia. Con roda honestidad, una y otra vez remití la curiosidad del público a los textos clásicos y a las ediciones de moda.”

Qué leer después: Encuentros de Juan García Ponce

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Juan Rulfo – Pedro Páramo

“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera.”

Qué leer después: La obediencia nocturna de Juan Vicente Melo

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Octavio Paz – El laberinto de la soledad

“A todos, en algún momento, se nos ha revelado nuestra existencia como algo particular, intransferible y precioso. Casi siempre esta revelación se sitúa en la adolescencia. El descubrimiento de nosotros mismos se manifiesta como un sabernos solos; entre el mundo y nosotros se abre una impalpable, transparente muralla: la de nuestra conciencia.”

Qué leer después: Días de guardar de Carlos Monsiváis

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Rosario Castellanos – Ciudad Real

“La comunidad de los Bolometic estaba integrada por familias de un mismo linaje. Su espíritu protector, su waigel era el tigre, cuyo nombre fueron dignos de ostentar por su bravura y por su audacia.”

Qué leer después: Benzulul de Eraclio Zepeda

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Aprovecha la Feria del Libro del Palacio de Minería para buscar estos títulos. Del 17 al 29 de febrero.