Foto vía Wikipedia.

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El hecho de que las comparaciones resulten en un ejercicio necesario está fuera de toda duda. Sus efectos y resultados facilitan la generación de ideas colectivas que de alguna forma pueden aceptarse, porque inevitablemente han sido conducidas por el rechazo y la averiguación. Son pruebas que facilitan el entendimiento de los periodos y prácticas culturales bajo las cuales se ha desarrollado un arte.

Aun cuando las comparaciones son permisibles en básicamente todos los ámbitos, debemos señalar que ellas mismas también nos ubican frente a un rompimiento severo del entendimiento cultural. En música, el entendimiento casi siempre se encuentra subordinado a la emoción, y esto dificulta la gestación de toda comparativa.

Una de las comparativas más recurrentes y –por supuesto reiteradas, es la que surge cuando tomamos la música actual y la comparamos con la ridículamente llamada “música de antes”. [Sobre esto quisiera anotar una diferencia que tal vez arruine el resto del texto: creo que esta comparación surge más de la urgencia que precede a un espíritu adolescente que de la lectura reconocida de las manifestaciones culturales]. Dicho lo anterior, procedo a realizar una comparación atrevida:

The Kinks are the Village Green Preservation Society –álbum que The Kinks dio a conocer en el año de 1968 y que ahora está en mi mente debido a la lectura de La parte inventada, libro de Rodrigo Fresán publicado este año y que menciona una pista increíble contenida en “Village Green”, es mucho mejor álbum que cualquier escrito en los últimos quince años. Como tal, la comparación es a la vez contundente y discutible. Todo en ella parece responder a una somera opinión y una falta de sentido crítico. Eso está muy bien, ya que dicho álbum es mi álbum favorito de The Kinks y este texto lo hago yo.

La necedad y la opinión no son necesariamente una antítesis de la crítica, pero si conforman un conjunto de valores que no competen en ningún sentido a ésta última. De esto resulta imposible saber si la música hecha hoy día es peor que la música hecha en décadas anteriores, sin embargo podemos asegurar que hoy día se produce más música que nunca antes, por lo mismo, evidentemente también se produce más basura. Ahí está el engaño, pero no la lectura del engaño. Dicho engaño puede distraer al escucha, pero si éste se atreve a indagar más allá de los terrenos de la opinión y el recibimiento pasivo de miles de propuestas, quizá pueda comparar con lujo de pensamiento cualquier gran álbum de hoy día con cualquier gran álbum de otras épocas, sin pretender descubrir cuál es mejor, sino simplemente reconocer que el uno depende intrínsecamente del otro, y que siempre es posible escoger cuál de ellos va a gustarnos más.

Intentemos, entonces, algo distinto. Tomemos, por ejemplo, alguno de los mejores álbumes lanzados en los últimos años –pueden ustedes escoger el que consideren ideal, desde good kid, M.A.A.D City hasta Loud City Song, e incluso R Plus Seven, lo que quieran. Enseguida comparen el disco de su elección con cualquier lanzamiento espantoso del pasado, algo como The Monkeys Present, cualquier cosa de Peter & Gordon o esa monstruosidad que Bob Dylan nunca quiso lanzar conocida como Dylan (1973).

Para cualquier escucha atento el ejercicio supondrá resultados esperados: claramente los mejores discos de nuestra época pueden competir con los mejores discos de cualquier época y sobre todo, humillar a las peores producciones de un periodo histórico cualquiera. Entonces, ¿a qué responde nuestra necesidad de creer que la música vieja es superior? Quizás todo proviene de una incomprensión bastante escueta, pero sincera en lo que detona: no hay tal cosa como la música vieja, la diferencia entre pasado y presente es mera semántica y las prácticas culturales de hoy día responden no tanto a la diferenciación entre “música vieja” y “música nueva”, sino a la apropiación y lectura de las mismas. Este mismo proceso puede aplicar para nuestra forma de escuchar. Es cuestión de detenernos un poco y prestar atención, una atención inocente que reciba cualquier manifestación con el gusto de comprenderla –aunque se trate de una completa basura–, y claro, sin importar que esta basura haya sido producida en 1969 o en 2014. Eso es lo de menos.

Texto: Luis Arce.

¿Ustedes qué opinan?