Rusia estuvo a punto de consagrarse como uno de los hosts más exitosos de una copa del mundo. A diferencia de Brasil, las noticias se centraron no en protestas, muertes o escándalos, sino en el deporte y la magia que rodeaba al mismo junto a millones de personas en todo el mundo.

Sí, Rusia se iba a consagrar como un buen anfitrión y un gran país. Pero, un país homofóbico, con presos políticos y una casi nula libertad de expresión, ¿merece ser “consagrado” con una imagen positiva frente al mundo?

En lo personal, esto me recuerda a Díaz Ordaz y la masacre de Tlatelolco en el marco de las Olimpiadas de 1968, 

¿De verdad un presidente así y un país que permanecía en silencio frente a tal atrocidad, merecía consagrarse con ojos positivos frente al mundo?

La respuesta es no, pero si pensaban que Pussy Riot permitiría que Rusia pasara a la historia como un santo cuando en realidad está lleno de demonios, pues están equivocado.

Durante la final de la copa del mundo entre Francia y Croacia, cuatro personas (tres mujeres y un hombre) irrumpieron en el campo de juego para formalizar un acto de protesta el cual, busca la lucha por acabar con la persecución policiaca en mítines, la impunidad frente a la alza de presos políticos durante el mandato de Putin, así como la libertad de expresión y de propuestas políticas dentro de la gama de partidos en el deporte democrático de Rusia.

Sin embargo, la protesta sólo dejó un peor sabor de boca en el mundo, ya que durante una entrevista con uno de los detenidos, el reportero comentó: “Ojalá fuera 1937”, año en que las purgas stalinistas -uno de los capítulos más sangrientos del país- estaban en su punto más alto.

Francia ganó 4- 2 contra Croacia. Mientras que la final a nivel futbolístico fue buena, Pussy Riot dejó un duro recordatorio para Putin de que ni el evento más grande del mundo, puede ayudarle a ocultar el obscuro mandato que ha tenido.