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Cuando me invitaron a escribir algo referente al vigésimo aniversario de Dookie de Green Day, mi primera reacción fue una alegría nostálgica. Similar a cuando sin esperarlo, encuentras en la calle al que fue tu mejor amigo en la secundaria: Se abrazan, ambos solicitan un rápido breviario de sus vidas hasta el momento, rememoran, ríen e incluso con algo de suerte, se carcajean. Después del ritual y cada quien agarra su respectivo camino, no puedes evitar sonreír de oreja a oreja recordando aquellos viejos tiempos. Este sentimiento no duraría mas que un par de minutos: Al analizar la tarea, caí en cuenta de que ¡han pasado veinte años desde que salió Dookie!

Me paré frente a un espejo, busqué si ya tenía canas (afortunadamente aún no), coloqué mis dedos en la cara de forma que la estirasen en búsqueda de la formación de futuras arrugas para finalmente analizar y enfrentar mi propia mortandad. Amanecer… ocaso. Veinte años. Dos décadas, cuatro lustros; tantos amigos casados e incluso divorciados en ese período. Nacimientos y muertes. Tendencias musicales han llegado y pasado desde que saliera a la luz el primer disco del cual sería orgulloso dueño.

¿En que momento se tornó tan lúgubre un texto cuya intención era celebrar el disco que lanzó a la fama la que fue por muchos años mi banda favorita? Decido escuchar algo de música para cambiar los ánimos de este texto. Busco Dookie en Spotify. Ni siquiera me he molestado en traer el disco compacto o el vinil que aún deben estar en alguna caja en la casa de mi mamá. Oprimo play y suena “Burnout”. Tré Cool abre con una ferocidad implacable en la batería y es así como docenas de recuerdos de la niñez, pubertad y adolescencia brotan simultáneamente en la cabeza. No pasé estos años en un suburbio gringo, pero siempre entendí el sentimiento de cómo Green Day supo capturar el momento y tocar el nervio de toda una generación de adolescentes aburridos.

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“I declare I don’t care no more / I’m burning up and out and / Growing bored / In my smoked out boring room” canta Billie Joe Armstrong y esa primera frase del disco es un compendio de mi experiencia de pubertad creciendo en la última década del siglo pasado y supongo también para los millones de personas que compraron Dookie. Si, algunas vez los discos llegaban a vender millones de unidades.

Para el segundo track del disco “Having a Blast” ya he cerrado los ojos y me inmerso más en mi viaje al pasado. Me veo encerrado en el cuarto de mis papás donde estaba el estéreo, escuchando el disco tardes enteras, completo de principio a fin, una y otra vez. Era el único CD que tuve durante muchos meses, lo que me permitió memorizar todas las letras, analizar todos los detalles musicales y del librito. Como me gustaba ese librito. La portada encarnaba y aún encarna mi visión particular de los noventa por excelencia: absurdo, colorida y llena de detalles humorísticos. Perros declarándole la guerra a la humanidad, lanzando una bomba atómica compuesta de sus propias heces, mientras un dirigible que decía “Bad Year” surcaba los cielos. ¡Los noventa!

Para el tercer track, “Chump”, recuerdo cuando algunos años después de haber comprado Dookie y como basándome en la tradición del punk rock, quise cambiar mi nombre. Si la base rítmica de Green Day compuesta por Michael Pritchard y Frank Edwin Wright III podían ser conocidos como Mike Dirnt y Tré Cool respectivamente ¿Qué me detendría a mi de que el mundo me conociera como ChemaChump? A la fecha existen personas que aún recuerdan esto y no quepo de la vergüenza.

Llega el momento de “Longview”, la canción más extraña que había visto escuchado en mi vida y la primera que escuché del grupo. A la fecha sigo amando esa línea de bajo y aún recuerdo como rebotaba de manera delicada dentro de mi cabeza. En retrospectiva, la década de los noventa fue como “Longview”, una extraña. Particularmente el año de 1994. Sabíamos que el internet merodeaba en el horizonte, pero no entendíamos sus posibilidades. Nos vendían algo llamado “Rock Alternativo” que nos juraron que llegaba para quedarse, pero cuyo principal vocero decidió un buen día de abril que ya no quería compartir plano existencial con nosotros.

Green Day era un fenómeno extraño, acorde a estos tiempos. Eran los herederos a la corona, la banda más grande del mundo de los últimos cinco minutos. Tocaban rock similar a las bandas nuevas que sonaban en la radio, pero más rápido. Nos decían que era punk pero siempre habíamos pensado que era música pesada y de gente con mohicanas. OK, les creemos que es punk ¿Puede ser el punk TAN pegajoso? ¿Por qué parecían sus integrantes haber salido de una caricatura de Nickelodeon?

Al final, nada de esto importaba. Lo único que lo hacía, eran las canciones. Catorce himnos generacionales (y un tema escondido que no estaba incluido en la versión mexicana) que fueron responsables de muchas bandas increíbles y miles de otras horrendas. Temas que en menos de cuatro minutos hacían que la adolescencia fuera más fácil de llevar a base de acordes de tres cuerdas en guitarras distorsionadas, baterías que eran machacantes pero con una personalidad única y algunas de las líneas de bajo que parecían salidas del doo-wop.

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Fueron una banda que supo estar en el lugar correcto, en el momento indicado. Si Dookie hubiera salido un año antes o después, seguro hablaríamos de Green Day como lo hacemos de bandas como Jawbreaker, Samiam, Face to Face, quienes firmaron contratos con disqueras transnacionales, pero cuyas alas se quemaron al volar tan cerca del sol. Punk ícaro, si quieren así llamarlo.

A partir de Dookie, tuvieron una historia interesante: descendieron poco a poco en popularidad hasta casi tocar fondo a principio de siglo. No fue hasta una década después de Dookie, que con el gran American Idiot recuperaron su trono. Pero en un extraño giro digno de Inside Llewyn Davis, la banda parece repetir el mismo ciclo cada diez años, con la diferencia que no vemos un disco próximo que los saque del apuro. Ahora sólo tenemos a Billie Joe tocando covers de los Everly Brothers junto a Norah Jones.

A pesar de que ya no los aguanto y de que Billie Joe se arregle como si tu tía soltera y cuarentona conociera a Mick Mars, no puedo odiarlos. Aún ocupan un lugar importante en mi corazón. Gracias a Green Day descubrí muchas de las cosas que me forjaron en la persona que soy hoy en día. Gracias al en aquel entonces trío, descubrí el punk rock, que a su vez me hizo descubrir muchas de mis bandas favoritas, el vegetarianismo, los fanzines e incluso la comedia. Significaron algo muy importante en mi vida, pero a veinte años de conocerlos y diez de su último buen disco, sólo me queda celebrar y agradecer. Uno no quiere quedarse atorado por ahí.

Así que pongan Dookie y recuerden por poco más de media hora lo que se sentía ser adolescente. Y en caso de que aún seas adolescente, dale una oportunidad a este disco, para que entiendas que no hay gran diferencia entre haberlo sido en aquel entonces y estos días. Y si no, pues ahí está Skrillex, esperando algún día celebrar el vigésimo aniversario de “My Name is Skrillex”.