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En 2014 el Vive Latino cumple 15 años, década y media de ser el evento musical más importante de Latinoamérica y un espacio en el que se viven cientos de historias año con año. Desde la persona que es aventada en las mantas de la plancha del Foro Sol hasta las reuniones de años, pasando por las bandas que se convierten en leyenda frente a 50,000 personas y el que descubre a su nueva banda favorita en la Carpa Intolerante.

Para celebrar los 15 años del festival elegimos 15 historias con los personajes, momentos y situaciones que han formado al Vive Latino. Esto es VL15x15.

¿Se imaginan todas las historias que suceden en el Vive Latino? Historias de amor, desamor, odio, mejores amigos y mucho más que se entrelazan con el festival más importante de Latinoamérica. ¿Cómo son esas historias? Le pedimos ayuda a Julio Martínez Ríos, escritor, locutor y periodista, para que imaginara una de esas historias. Aquí el resultado, su cuento ‘Derrame’, una historia de amor en el Vive Latino:

La rebanada de historia esta allí. Puede reflejar la luz con mayor intensidad que el resto de los cuerpos que aparecen en la escena.

Aunque la perspectiva nos deja conocer la importancia del hecho, para ellos se trata de un acontecimiento narrativo relativamente ordinario: son incapaces de conocer su verdadera dimensión pues se encuentran dentro del flujo espacio-temporal que nuestros ojos descomprimen a través del destello emitido por la pantalla de la computadora. Nosotros, a diferencia de ellos, sabemos lo que sucede más tarde. Cinco años después, diez años después, doce años después, dieciséis años después de esta tarde.

Así que ya saben, si están comiendo tostadas o chicharrones; si están masticando hielo, o a la mitad de una llamada telefónica, deténganse.

Es mejor si todos llevamos audífonos. No queremos perturbar la cascada de tiempo ni sacar de la vía al tren de las consecuencias.

Ahora bien, nuestra cámara no apunta hacia el escenario. Allí ocurre lo de siempre: hay un grupo de amigos a quienes la marcha del calendario y el arribo de la buena fortuna terminarán separando. Demasiadas semanas juntos en el mismo vestidor, en el mismo autobús, en el mismo estudio, con los dedos engrasando la misma idea.

Será uno de los problemas del rock en el futuro: el esquema de colaboración y trabajo en equipo. El crédito (y las regalías) para todos los involucrados en una tonada. El relevo del hip hop como principal músculo de cultura popular en otras latitudes llevará a pensar en la figura del autor solitario, el poeta en voz alta, el príncipe para quien trabaja toda la compañía: del séquito al productor; del gerente de redes sociales a la publirrelacionista que acaba de conseguir un contrato para anunciar agua, pero necesita verificar si acaso existe conflicto con la marca de zapatillas que aporta ya una buena parte de la mesada para su cliente.

Al rock no le quedará más que mirar atrás y reconciliarse consigo mismo, olvidar la rabieta y ensayar nuevamente las canciones viejas, aprender a invocar fantasmas en escena.

Las bandas están diseñadas para la autodestrucción (vendrá la hora de monotonía, entonces el público quedará maravillado porque el cantante también será capaz de golpear tambores en escena).

Todo eso lo sabrán más tarde. Invertirán su dinero en entradas para reencuentros mientras recorren el camino para alcanzarnos.

Nosotros, desde aquí, contemplamos su inocencia, mientras el chorro de música se desparrama, ya no desde el disco duro, ni desde el iPod, desde el paraíso intangible del servicio de nube.

Volvamos a nuestra rebanada de historia. En realidad hablamos de un charco. Una mancha oscura que empieza a chuparse la grava del piso. Hay polvo rojo levantado por el golpeteo de zapatillas deportivas y un rastro blanco. Espuma. Es una cerveza cadáver castigada por la ley de gravedad la tarde del 28 de noviembre de 1998. Su futura mente de colmena podrá revisar la jornada con facilidad mediante Wikipedia. La imaginación colectiva creerá recordar la puesta de sol claramente, pero será una de esas no-memorias, otro de esos cromos con líneas borrosas que se quedan vagando el cerebro después de tanto escuchar el relato repetido. Lo que sucede es que no hay mucha gente. Es la primera vez que este festival se lleva a cabo. Todavía no están de moda los festivales. Las actuaciones en directo todavía no constituyen el tuétano de la industria de la música.

Hay una ventisca llamada recelo. Es natural, la carga política de los conciertos efectuados en el Estadio de prácticas de la UNAM es responsable. Alto contraste con una convocatoria emitida por una corporación. ¿Acaso pretenden transformar esto en entretenimiento de fin de semana? El contexto mira al vaso derribado. La hora de ver a otro grupo, los primeros acordes, la estampida, la falta de experiencia. Cualquier visitante de festivales, entretenimiento de fin de semana del Siglo XXI, sabe que resulta pertinente, cuando el respetable se acerca en pelotón, sujetar cualquier recipiente con ambas vamos, procurar la estabilidad con las dos piernas. Pablo no lo sabe. Es un ciudadano capitalino en la orilla de la centuria pasada. No ha montado una bicicleta desde hace seis años, cuando tenía catorce. Ha llegado al festival obligado por Aníbal, su hermano. No tan obligado como comprometido: Aníbal compró las entradas pensando que sería una forma de darle a Pablo un poco de oxígeno en un año difícil (le preocupa su pérdida de peso, la ausencia de apetito, la dificultad para levantarlo por las mañanas). Le pareció ver menos penumbra en la cuenca de sus ojos cuando estacionaron el Neón morado. La posibilidad de escuchar a la Cuca e Illyia Kuriaky la misma tarde.

–¿Quieres una hamburguesa?

–No.

–¿Tacos de costilla?

–Sí.

–Estaría ir mañana por cómics.

–Ey.

Monosilábico como siempre, pero al menos parece entretenido con el entorno. Algunos centímetros desenterrado de la tristeza habitual.

Entonces sucede. Pablo recibe el empujón, tira el vaso.

El charco de cerveza refleja la luz con mayor intensidad que el resto de los cuerpos que aparecen en la escena. ¿Por qué?

Sus tenis grises están oscurecidos por el líquido. Se trata, en efecto, de una de las primeras doscientas cervezas, en la vida del festival, cuya existencia termina en el suelo y no en un tubo digestivo. Como es 1998, la gente todavía lamenta la pérdida de una lager industrial. El ritual de arrojar los vasos llenos hacia el horizonte cuando las notas adecuadas estimulan el sistema nervioso central, todavía no se inventa.

Pero el derrame no resulta trascendente por esa razón. Lo sabemos nosotros, que hemos podido asomarnos a la vida de Pablo muchos mañanas después. Lo importante es que Alicia también fue salpicada por el accidente.

Y aquí, esta tarde, mientras el grupo arriba de la tarima se va enterando poco a poco de que el rock es un acto vampírico y que todos sus caminos son una falange que va a dar con el botón de “autodestruir”. Esta tarde, mientras el ritual se aleja de Avándaro y se acerca a otras formas de entretenimiento popular, Pablo y Alicia se saludan por última ocasión en un periodo de dieciséis años.

Es un abrazo amargo. Dejaron de besarse hace apenas cuatro meses. La detonación fue una prueba de embarazo que marcó negativo. Pero es tarde, se ha puesto en marcha el tren de las consecuencias.

¿Y él quién es?

Pablo nunca le ha visto.

Pero Alicia deja al sujeto rodearle con el brazo y detenerla del hombro.

Volverán a dialogar. Lo sabemos. Aunque no es la mejor forma de nombrar al intercambio de correos electrónicos que sostendrán dentro de dos semanas. Cuando el reclame por el carácter gélido del avistamiento.

Dejarán de utilizarse los bípers.

Los humanos leerán historias como Scott Pilgrim y Los detectives salvajes.

Jay Reatard y Las zapatillas Jordan se convertirán en un código complejo, un emblema global de prosperidad.

Viajar en avión será diferente en el instante que caiga la primera torre.

Las pantallas de los teléfonos móviles vigilarán nuestro sueño.

El charco es un túnel.

Muchas preguntas seguirán sin responderse

El charco es vórtice que nos permite observar, doblar y desdoblar el tiempo sin alterar la configuración de esta orilla.

A Pablo le incomodará cuando la gente se burle de la edad de las figuras públicas.

Él y Alicia volverán a verse el domingo 30 de marzo a las dieciséis horas con treinta y dos minutos.

Ella ya no tiene paciencia para la duración de los festivales. Sólo tiene entradas para un día. El plan es ver a La Gusana Ciega y, si no se le cierran los ojos, aguantar hasta que inicie la actuación de Zoé.

Un instante y pierde al niño. Lo saben todos los que van a festivales, entretenimiento familiar del Siglo XXI: cuando los pasillos se atiborran resulta pertinente sujetar a los menores de la mano.

Se asusta. Busca el color de la sudadera de su hijo. Se golpea la cabeza con las dos manos.

Allá está, junto al hombre que vende donas. Se acerca.

La patada en el talón es un accidente. Pablo se da cuenta al girar y conocer la estatura de su atacante.

¿Dónde está la parentela del chiquillo?

Nosotros sabemos lo que ocurre después. Cuando se da la vuelta y sus ojos vuelven a encontrarse con los ojos de Alicia.

Sigan la transmisión en vivo del Vive Latino a través de Coca-Cola.FM.