¿Qué piensa un padre cuando decide nombrar a su hijo como él? Probablemente es una cuestión de orgullo y una intención por llevarlo de generación en generación. Pero, ¿lo ideal es hacerlo con el hijo mayor? La misma pregunta aparece al momento de pensar en música, particularmente en aquel momento en el que hay que bautizar un disco. Y es que las razones detrás de un álbum homónimo pueden ser varias, pero la obviedad nos hace pensar que lo más común es hacerlo con el primero de la carrera, con el debut que sirve de presentación ante el mundo; sin embargo, tal decisión puede llegar a ser apresurada e incluso contraproducente.

Ahí está el debut del ahora legendario David Bowie de 1967, un álbum que fue opacado por la llegada al mismo tiempo del Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band de The Beatles. La presentación del disco fue sencilla: el rostro y el nombre de David Bowie. ¿El resultado? Un fracaso comercial total, una presentación gris y un comienzo desfavorable que lleva el nombre de una de las leyendas más grandes de la música. Así es, quizá debió de haberlo pensado dos veces e idear otro nombre.

Afortunadamente también existe el otro escenario. Por allá de 1976, apareció un disco con una foto cruda en blanco y negro y una sola y simple leyenda: Ramones. No sólo se trató de una buena presentación, sino de una revolución en el mundo del punk rock. El álbum representó todo lo que la banda pensaba en ese momento y lo que albergarían sus cabezas durante 14 discos y cerca de 20 años. Escúchenlo de nuevo, son sólo 29 minutos con los que la banda logró romper estándares, llegar al mundo de manera determinante y dejar en la historia una canción como “Blitzkrieg Bop”.

¿Otro? El de The Smiths. Su primer disco, un trabajo que en 1984 fue excelentemente bien recibido por la crítica y la gente gustosa del rock británico. Posicionó a la banda de Manchester como una de las más importantes de los ochenta y años después, la revista Rolling Stone lo consideró dentro de los 500 mejores álbumes de todos los tiempos. ¿Qué otros? Rage Against The Machine, The Doors, Madonna, Café Tacvba y muchísimos más.

Pero con el paso de los años, la estrategia que hay detrás de un disco homónimo se ha vuelto más compleja. Ha pasado de ser un simple intento de presentación, a un acto de elegante simplicidad que en momentos envuelve una personalidad. Para muchos, el bautizar de esa manera a un disco que no es el primero, puede ser la forma en que se da entender el concepto de epítome, un logro que se entiende como un “finalmente hice algo que me representa al cien por ciento”.

Para The Libertines, por ejemplo, sólo les tomó dos discos. Dos años después del lanzamiento de su disco debut, llegó un homónimo que retrató la historia detrás de la relación entre Pete Doherty y Carl Barât, un trabajo que instantáneamente alcanzó los primeros lugares y que representó la corta pero intensa carrera de la banda, así como el momento en que Pete Doherty había dejado la cárcel. Afortunadamente y quizá intencionalmente, el recuerdo actual de la banda se llama así, The Libertines.

Más allá de los gustos, el éxito de un disco que lleva el nombre de la banda carga con un discurso que no se puede negar. ¿Qué pasó con el disco homónimo (o negro) de Metallica? Para muchos fans fue el parteaguas en la carrera de la banda, un disco que rompió lo que eran al principio y que para disgusto de muchos los llevó a masificarse. Pero piensenlo, el nombre lo dijo todo. A partir de ahí, el sonido y la personalidad completa de James Hetfield y compañía tomó un camino distinto y solidificó una carrera en la que este disco en particular no puede pasar desapercibido.

¿Qué opinan? ¿Existe un momento idóneo para bautizar a un disco de esta manera? ¿Qué se necesita para poder hacerlo? Cuéntenos su punto de vista y compártanos cuáles son sus discos homónimos favoritos.