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«¿Es el inicio del fin? ¿O el fin del inicio?» Con esas preguntas abre el primer disco de Black Sabbath en 35 años, acertadamente titulado 13. El álbum, feroz y oscuro, es un tributo a la banda misma. Los riffs que engendraron un movimiento, las letras apocalípticas que lo mitificaron, la voz que lo inmortalizó. Se encontraron de nuevo en el estudio, y superaron esa prueba en la que habían fallado en otras ocasiones. No fue la primera vez que los miembros originales de Black Sabbath intentaron grabar material nuevo. Pero en esta ocasión fueron las coincidencias (o tal vez la mala suerte), las que obligaron a los padrinos del heavy metal a reunirse y producir el fin del inicio.

El nuevo álbum (y probablemente el último) se grabó bajo circunstancias atípicas. El resultado pudo haber sido catastrófico. Todo apuntaba para que así fuera.

Ozzy descolgó el teléfono el 17 de mayo de 2010, un día después de la muerte del otro vocalista de Sabbath, y se comunicó con Tony Iommi. Lo extrañaba, quería de vuelta a su banda. No quería otro disco solista, quería grabar con Sabbath. El 11 de noviembre se oficializó: Black Sabbath anunció un nuevo disco producido por Rick Rubin. La noticia, sin embargo, fue agridulce: Bill Ward no formaría parte del proyecto. Después de un ataque al corazón y una serie de disputas contractuales, el bestial motor de la banda se rehusó a la reunión. La banda, desde entonces, se anuncia como un trío. Contrataron a Brad Wilk (RATM, Audioslave) para llenar el hueco y se metieron al estudio. Las letras las escribiría Geezer Butler, a partir de los riffs de Iommi. Según entrevistas con la banda, Ozzy estaba más entusiasmado que nunca. A inicios de 2012, con el disco en progreso, se presentó un nuevo obstáculo para los de Birmingham, tal vez el más arduo en la carrera de la banda: le detectaron cáncer a Tony Iommi. Las sesiones se movieron de California a Warwickshire, Inglaterra. Sabbath persistió.

Tal vez, sin la cautelosa y espiritual guía de Rubin, 13 habría sufrido el mismo destino que los decepcionantes tracks del Reunion. Sin embargo, ante la adversidad, demostró —con la banda más influyente de su género— su madera de productor. En palabras de los integrantes, los obligó a desaprender todo lo que habían creado. Vaya tarea, olvidarse de Metallica, de Iron Maiden, de la misma carrera solista de Ozzy, del Sabbath épico de Dio. Las sesiones fueron ásperas. Escuchaban hasta el hartazgo su primer disco. Ozzy tuvo que reencontrarse con su tono de voz original. Tony faltaba a las sesiones, debido a su condición. Tuvieron que aprender a convivir con un cuarto en discordia, que de vivir glorias con sus bandas pasadas, tuvo que fungir como “huesero” para las grabaciones. Rubin los obligó a tocar durante días, el blues jazzeado con el que hace más de cuarenta años, encontraron la llave del metal.

Fue así, con el panorama más adverso de todos, que Tony Iommi, Geezer Butler y Ozzy Osbourne lograron un disco que pretexta —con toda razón— una gira mundial. Black Sabbath está de vuelta. Todos los tracks del 13 lo confirman. El solo en “Damaged Soul”, el bajeo en “God is Dead?”, la atmósfera tenebrosa que permea “End of the Beginning”, todos los rasgos de esa banda que rompió paradigmas están presentes. El heavy metal es un género que caracteriza a la clase trabajadora. Los mismos integrantes de Sabbath vienen de una ciudad industrial, Ozzy trabajó en un taller de bocinas, el padre de Tony era carpintero. 13 es un perfecto ejemplo de tenacidad y esfuerzo, y lo mejor de todo, es que no lo hicieron por el dinero, no lo necesitan.

El (tal vez) último suspiro de Black Sabbath es, en realidad, una celebración al heavy metal. Ese género que le habla a millones, porque los ayuda a superar tiempos difíciles, a encontrarse a partir de la música, a darle sentido a sus vidas. El heavy metal es eso: un recordatorio de que la vida se vive hoy: de que lo hecho no se puede deshacer. Tal vez, es por eso, que en un país como México, abarrotemos todos los estadios, agotemos las localidades de una banda que vio sus mejores tiempos hace décadas. Nos entusiasma ir a ver a Sabbath, porque su música nos dice algo, y porque ellos mismo se están celebrando.

Cuando se apaguen las luces este sábado en el Foro Sol, lo que menos importará, será el cáncer en el organismo de Iommi, o si Ozzy hizo el ridículo en un reality, o si Bill Ward está ausente. Estaremos ahí, para encontrarnos, nuevamente, a través de los riffs que lo iniciaron todo, reírnos en la cara del número 13, desafiar a la mala suerte con ellos, y divertirnos en el principio del fin.