Metallica

Metallica

Chicago, 12 de agosto de 1983. “¡Miren lo que tengo acá! ¡Es nuestro nuevo álbum, disponible en Megaforce Records! Se llama ¡Kill ‘Em All!”, gritaba un enjundioso James Hetfield, como un pavorreal en el micrófono, mientras presumía ante la audiencia el vinil del disco. Acababa de cumplir veinte años y su banda, Metallica, estaba de gira apoyando a los británicos Raven. «Ahora, íbamos a ponerle al disco un nombre diferente. Le íbamos a poner Metal up Your Ass, pero no pudimos, porque a la maldita compañía disquera no le pareció. Así que eso es lo que queremos hacer. Matar a todos los distribuidores de discos», continuó, frente a un salvaje público matudo y lleno de estoperoles.

¿Quién iba a pensar que 17 años después, esa misma banda, con esa actitud de dedo levantado hacia el status quo, hacia la avaricia de la industria demandaría a sus propios fanáticos? Peor aún: la banda que quería matar a los distribuidores de discos tiene en su haber todo tipo de mercancía de consumo: esferas de navidad, joyería, un videojuego… ¡hasta una edición especial de MONOPOLY! Hace un par de días lanzaron el tráiler de su nueva película: Through the Never, coproducida con su propia disquera, la flamante Blackened Recordings. Hetfield, Ulrich, Hammett y Trujillo se unen a las filas de artistas como las Spice Girls, One Direction o The Beatles que lanzaron películas para complacer a sus fans y mostrar su imagen en el mundo de la ficción. Hoy, Metallica es una empresa tan redituable que podría cotizar en bolsa. Metaleros de bolsillo.

Como en todos los sucesos, hay múltiples ángulos para contar la historia. Y como en todas las historias, siempre hay un punto de partida. Un día como hoy, pero de hace 30 años, salió a la venta el primer álbum de la banda de metal más exitosa de todos los tiempos. Un macanazo de diez canciones que suena vigente hoy, que trasciende generaciones e inspira a nuevos músicos a seguir el rumbo del género más persistente de todos: el heavy metal.

La portada: blanco, negro, rojo. El icónico logotipo de la banda, una fotografía abstracta, que evoca violencia, un mordaz primer vistazo a la propuesta de una banda que la tenía clara desde el principio. Al darle play, todos nos convertimos en adolescentes de nuevo: el primer tema de la banda “Hit The Lights”. Cuando Hetfield y Ulrich se conocieron a través de un anuncio de periódico en Los Ángeles, compusieron el tema ex profeso para aparecer en el compilado Metal Massacre, curado por un promotor local. Con actitud punk, y riffs inspirados en bandas de la New Wave of British Heavy Metal como Tygers of Pang Tang o Diamond Head, la canción marcaría el sello que le ganó prestigio a la banda en la incipiente escena metalera de California.

Después, “The Four Horsemen”, co-compuesta por Dave Mustaine, estrella en la jeta de todos los escuchas el verdadero talento de los entonces adolescentes. Una canción con referencias bíblicas, cambios de ritmo inesperados y frenéticas percusiones. Es genial de principio a fin, y un reto para todos los que algún día tomaron una guitarra para aprender a tocar. En ese mismo espíritu, temas como “Phantom Lord” o “No Remorse”, le dan pinceladas épicas a la entrega: casi todas, cortesía de Kirk Hammett.

El track cinco se convirtió en una marca registrada para las tocadas en vivo de la banda. Era una costumbre, en los sudorosos clubes underground de la bahía de San Francisco, que el bajista prodigio, Cliff Burton, improvisara sobre la composición inspirada en extracciones molares. Cliff tocaba con los dedos el bajo, a velocidades extraordinarias, con la ayuda del pedal wah-wah y unos cuantos grados de distorsión, lograba hacer sonar el bajo como nadie. Improvisaba, movía la melena incesantemente, se postraba como un freak en el escenario, con pantalones acampanados y camisetas de zombis. Ulrich se unía a la mitad y de ahí seguía el concierto. La tradición murió el 27 de septiembre de 1986, cuando Burton falleció en un accidente automovilístico.

El espíritu de la banda se refleja en “Whiplash”, una oda al estilo de vida metalero. Vivir en pocilgas, viajar en autobuses noches enteras, beber cerveza: la cultura del headbanging. El término whiplash significa “latigazo”, y se utiliza comunmente para describir el movimiento del cuello después de un golpe, como en los choques. Así era la vida, el sueño: tocar más rápido, nunca cansarse, arriesgar el físico, dejarlo todo porque el metal lo cura todo. Lo firmaron con sangre: “We’ll never stop, we’ll never quit, cause we’re Metallica” es el último verso de esta marcha.

Hacia el final, uno de los himnos, sino es que el himno oficial de la banda. Con un riff abridor inconfundible, letras sedientas, feroces y agresivas, dos solos de guitarra inalcanzables y la invitación a unirse a la pandilla en el coro. “Running, on our way. Hiding, you will pay. Dying, one thousand deaths… Searching…” Sí. Ustedes también lo cantaron. “SEEK AND DESTROY!”. Hoy, sigue siendo la canción con la que la banda cierra sus conciertos, un refugio de los males de la adolescencia, un resguardo del rechazo, una muestra de hermandad.

Hoy. Lejos de las pocilgas, las invitaciones a brincar sobre el fuego y la incitación al vandalismo, Metallica logró su cometido. Lograron evolucionar su sonido para llegar a millones de personas alrededor del mundo, y vivir -y lucrar- de su pasión. En el camino, ocurrieron tragedias, transformaciones personales, polémica, demandas, rehabilitaciones. Hoy, la promesa sigue intacta. Siguen en pie. Siguen conquistando al mundo, canción por canción. El resto, es lo de menos. Lo que nos queda es la música.

Mátenlos a todos.