Fleet Foxes
Lugar: Williamsburg Waterfront
Fecha: 24 de septiembre de 2011
Grupo abridor: The Walkmen
Texto: Esteban Illades (@steviehousecat), corresponsal de LifeBoxset.com en Nueva York
Foto: Toby Tenenbaum

El sol se ponía detrás de los rascacielos de Manhattan. El cielo era rojizo y anaranjado a la vez. Del otro lado, con un telón de edificios nuevos y poco inspirados, The Walkmen dejaba el escenario después de un set no muy memorable. La gente observaba el atardecer, sin prestar mucha atención al grupo.

A las 7:45 p.m., todos dejaron de ver hacia el Empire State Building y voltearon al escenario. No había grandes pantallas ni shows de luces. Eran seis personas visiblemente tímidas. Y aún así, dieron un show espectacular. Nadie volvió a mirar del otro lado del río.

Robin Pecknold dijo “hola” y “gracias” hasta la tercera canción. Antes, durante y después de eso, fue la música la que habló por él y su banda.

Las armonías de los Fleet Foxes son impecables. El coro de “The Plains / Bitter Dancer”, canción con la que abrieron, fue celestial. Los gringos, que son bastante ruidosos durante los conciertos y generalmente no te dejan escuchar mucho al grupo, entonaron la canción. Se les quitó el déficit de atención por unos minutos.

La luz del escenario era idéntica a la del atardecer previo. Tonos cobres y rojizos, algunos naranjas. Pecknold y los demás zorros estaban bajo su propia puesta de sol. Era la única compañía que necesitaban.

El show duró poco más de hora y media. El grupo usó pocos pedales y arreglos electrónicos. El foco fueron Robin Pecknold -de 25, pero con una barba que lo hace parecer leñador cuarentón- con su guitarra acústica y voz queda, Skyler Skelsjet y Casey Wescott con sus mandolinas y Christian Wargo con un bajo que podría servir para muy buen bluegrass. Música sin pretensiones. Sólo sonido puro. Las cosas como deben ser. Eso son los Fleet Foxes. 19 canciones, pasando por todos los éxitos. Lo que nuestros padres podrían calificar como una “velada”.

Quizá lo único que se le puede reprochar a los Fleet Foxes es que a veces son demasiado mesurados. “Helpnessless Blues”, que le da el título al segundo disco de la banda, quiere ser una tonada alegre. La gente se dispone a bailar, pero algo falta. El grupo tiene miedo de dejar atrás su timidez y unirse a la fiesta. Deberían hacerlo: sin duda serían recibidos con los brazos abiertos.