“Y la catedral no era sólo su compañía, era su universo, era toda su naturaleza” – Víctor Hugo, ‘Nuestra Señora de París’, 1831.

El día de hoy el mundo entero llora con profunda tristeza e impotencia la pérdida de cientos de años de evolución, cultura, arquitectura y arte al ver que la imponente Catedral de Notre-Dame, cuya construcción comenzó en 1163 y concluyó en 1345, es devorada por un sofocante incendio. Aparentemente, las llamas comenzaron en el ático para después ramificarse como un letal virus a través de las vigas que le daban estructura, todas ellas de madera y bañadas en capas de alquitrán para su protección, un material, de hecho, bastante inflamable. Se calcula que el 85% de la Catedral, es de madera.

Con lágrimas en los ojos, la capital francesa vio caer la aguja principal del templo cuya intención era ser un ‘pararrayos espiritual’ para todo aquel que visitara a Nuestra Señora de París. Hoy, el pararrayos que protegía a sus fieles ha desaparecido.

Junto con la aguja, el colapso del techo de la catedral fue inevitable. Se presume que los rosetones que adornaban los flancos de la estructura podrían haber sufrido daños sustanciales.

Estas imponentes vidrieras góticas contenían pasajes sobre el Antiguo Testamento, escenas de la vida de Cristo y de quienes presenciaron su tiempo en la tierra, así como santos importantes para París, en particular, Santa Denis, Margarita La Virgen con un Dragón y San Eustaquio.

La rosa del norte se creó alrededor de 1250, y la rosa del sur, aproximadamente 1260 y fueron entregadas a la catedral por el rey Luis IX de Francia, conocido como San Luis. La rosa del oeste fue la primera y la más pequeña de todas en Notre-Dame, cuyos vidrios no eran los originales. Fueron reemplazados hacia el sigo XIX.

Debajo del Altar Mayor de la Catedral yace un valioso monumento para la humanidad: Piedad o El Descendimiento de la Cruz, una pieza esculpida en el siglo XVIII por Nicolas Coustou . Delante de ella se encuentra el órgano principal construido por Aristide Cavaillé-Coll, un famoso fabricante de instrumentos musicales del siglo del siglo XIX. Sus piezas ostentan un valor artístico extraordinario debido a la quirúrgica combinación de ciencia, estética y sonoridad.

Los “Mays” de Notre-Dame de Paris son grandes pinturas que se encargaron casi todos los años desde 1630 a 1707, por la Sociedad de Orfebres de París, para ofrecerlas cada primavera, el 01 de mayo, en honor a la Virgen María.

Los temas fueron tomados de los Hechos de los Apóstoles de San Lucas, quienes relataban en particular la actividad misionera de los primeros discípulos de Cristo. Los temas fueron elaborados en estrecha colaboración con los cánones de la Catedral, a quienes los pintores enviaban sus bocetos. Los artistas elegidos para esta prestigiosa comisión fueron todos miembros de la Real Academia de Pintura y Escultura fundada en 1648.

Actualmente, Notre-Dame sólo tenía expuestas 13 pinturas y 50 más se mantenían guardadas. Otras tantas están resguardadas en el Louvre y en museos provinciales como el Museo de Bellas Artes de Arras, en el Paso de Calais.

Entre otras reliquias que se presume ya han sido puestas a salvo se encuentran 3 piezas valiosísimas no sólo para la catedral de Notre-Dame, si no para el catolicismo y la cultura en general: La corona, un clavo y una pequeña porción de la cruz de la Pasión de Cristo.

Las 3 piezas irremplazables se encuentran protegidas por un relicario de vidrio que evoca a la capa púrpura de Cristo que le vistió durante su pasión. Los tres relicarios reposan en la capilla del eje o de la Orden del Santo Sepulcro y llegaron a París en 1239 directamente de las manos del rey Luis IX compradas al rey de Constantinopla cuando se vio en aprietos financieros.