Acabas de graduarte y ha llegado la hora de dar uno de los pasos más difíciles de la vida: Conseguir tu primer trabajo.
De cientos de solicitudes que una vacante recibe al día, eligieron la tuya. Es una verdadera fortuna que te hayan escogido, pero ya estarás hecho un manojo de emociones. Los escrúpulos y los nervios te dominarán en tu primer día. Tendrás momentos cuando pensarás que lo que te enseñaron en la escuela no sirve de nada, te vas a desesperar y tal vez desemboques en el llanto. Por suerte (o por desgracia), estas experiencias horribles te ayudarán a ser mejor en tus siguientes empleos.
Al fin y al cabo, es tu primer trabajo y aprenderás muchas cosas que podrán servirte en el futuro y terminarás por disfrutarlo.
El trabajo NO es la escuela.
No existen las prórrogas. Nada de “Ay, perdón. Se lo traigo mañana”.
Si no te apuras, duermes menos.
Debes entregar el trabajo a tiempo si no te lo quieres llevar a casa, terminar tarde y llegar desvelado el día siguiente.
Un error y estás fuera.
Dejaron en tus manos un archivo importantísimo y por distraído lo perdiste o lo borraste. Vete despidiendo de tus amigos.
El tiempo pasa volando.
Antes de entrar a trabajar podías ir a la escuela, tener novia, llevarla al cine, comer, hacer tarea, escuchar música y ver una película. Saliendo del trabajo sólo quieres dormir.
Valoras los días feriados.
Nunca habías disfrutado tanto un puente laboral por el día de la Constitución. ¡Enhorabuena por el federalismo!
Más trabajo = Menos energía.
Aunque tu trabajo sea muy bien remunerado, habrá días en los que debas quedarte horas extra y terminarás agotado.
Odiarás las garnachas.
En una semana conocerás todos los puestos de comida rápida y terminarás odiando todos los antojitos.
Solo querrás dormir los fines de semana.
Si te la pasabas en la fiesta de viernes a domingo, ahora sólo querrás dormir para recuperar energías.
Desearás ser niño de nuevo.
No tener responsabilidades y que tus papás te mantengan. Oh sí.