Tim Hecker es un viejo conocido para los amantes de la música experimental y de vanguardia, pero aún los más doctos en su discografía no lo habían escuchado así. Virgins, su séptimo álbum como solista es una nueva demostración de su genio, de las posibilidades que tiene la música fuera de las computadoras y que aunque muchos lo olviden seguido, la música sigue siendo un arte.

Virgins no hace referencia a la pureza del sonido, sino al rito del sacrificio y esto se ve reflejado en el sonido. Este disco está lleno de música para un ritual, sonidos que llevan a un trance, mientras en el fondo se escucha un simulacro de Apocalipsis, como gritos de dioses enojados esperando que se cumplan sus caprichos. Esta energía fue lograda gracias al método de grabación que utilizó Hecker. Se encerró en un cuarto con su pequeña orquesta y capturó los sonidos que lograban juntos al mismo tiempo en lugar de tratar de crear estos monstruos a partir de elementos individuales.

El sonido de este álbum recuerda a las obras más intensas de Nils Frahm, pero llevadas al territorio de la oscuridad. Tim Hecker lleva su piano por disonancias constantes una y otra vez creando una espiral de caos armonioso. Virgins es un disco extremadamente sombrío, pero cada vez que la música suelta un rayo de luz es para ver algo espectacular. Los bajos y distorsiones mantienen una base hipnótica para que cada vez que Hecker decide romperla, el escucha quede desorbitado.

Virgins es una de las pocas obras que hoy en día merecen nuestra atención por completo, es un universo complejo que solamente se puede admirar al estar inmerso por completo. Es gratificante escuchar a músicos que aún logran innovar y sorprender sin caer en la dependencia absoluta de las herramientas digitales. Hecker suma una más a su larga lista de piezas magistrales, un clásico contemporáneo.