El Sigur Rós que conocemos de toda la vida llegó a su fin con el álbum Kveikur, el séptimo de su repertorio, el cual inició por allá del año 1997 con su debut Von. Y digo que es el último, ya que uno de sus miembros (Kjartan Sveinsson, teclados) decidió dejar la banda para encargarse de sus proyectos personales e iniciar un nuevo camino. Este álbum representa una nueva era para Sigur Rós, ahora como trío, lo cual significa un nuevo sonido y la posibilidad de explorar nuevos terrenos para ser una banda más global, y menos de nicho.
En Kveikur, la música de Sigur Rós es menos extraordinaria y más espontánea. Y no es que deje de ser celestial. Es un disco que llegó a las tiendas tan sólo trece meses después de su antecesor Valtari, un álbum que contrasta con el frenesí del cual venían Jónsi y compañía, cuando publicaron el fallido (e impronunciable) Með suð í eyrum við spilum endalaust en el 2008. El temor de que Kveikur sea un disco espontáneo y que no le hayan dedicado un escape en el tiempo (como individuos), hace pensar que el resultado no sería tan profundo o catártico, como sus primeros álbumes. Pero al darle play, el estremecedor sonido de “Brennisteinn”, pista número uno, abre la ventana para recibir la magia tradicional de la banda.
El disco avanza y es totalmente claro que Sigur Rós retomaron parte de sus raíces. Hay un poco del álbum Ágætis Byrjun, como las características trompetas post mortem y también hay serenidad, como en su aclamado (). Finalmente, en algunas canciones, como en “Hrafntinna” o “Stormur”, se asoman los colores sepia de su disco Takk… Kveikur es un disco que suena a Sigur Rós desde que empieza, hasta que termina. Sus canciones están llenas de esperanza y gloria. El disco tiene sus obligados clímax y todo sucede en un terreno que ya conocemos. Es por esto que ya no es música digna de adoptar o de presumir, sólo de admirar y reconocer como parte de nuestra cultura musical moderna.
La producción, como en cada álbum de la banda, es impecable. Su suave sonido y la forma en la que cada instrumento suena en su lugar es todo un deleite. Kveikur acaricia nuestros sentidos con cada tema. Además, es arriesgadamente más veloz que sus clásicos; en algunos momentos, la banda corre muy de prisa, como en “Ísjaki”, pero lo compensan con un descanso genialmente acomodado: “Yfirborð”.
Nuevamente, Sigur Rós colorean las nubes para nosotros y nos invitan a flotar entre ellas, como en un eterno sueño. Es un apasionante recorrido de nueve capítulos que despiertan nuestro lado sensible y glorifican el lado bello de la música, que incluso pone en claro que no es necesario hablar el mismo idioma para hacerla completamente universal.