El inicio de Ghost On Ghost sería un excelente EP. Desde la alegre y pegajosa “Caught In The Briars” hasta la muy setentera “Low Light Buddy Of Mine” (quizás la canción más funky que ha hecho Sam Beam en toda su carrera) funcionan como el inicio de un recorrido que pinta divertido y promete una serie de vistas espectaculares.

Lamentablemente, se queda justo en eso… en promesa. El vidrio se empaña con canciones que –al igual que el álbum completo- dan destellos de increíble talento y frescura, pero nunca encuentran un lugar para aterrizar. Se tienen que ir en fade out, de manera aburrida y cortada, como un avión que despega perfecto pero no llega a su destino. Se estrella a la mitad del vuelo. Y para mí, ésta es la caja negra más fácil de descifrar de la historia.

Basta una fecha: 24 de septiembre del 2002. Lanzamiento de dos discos: The Creek Drank The Cradle, álbum debut de Iron & Wine, y el Sea Change de Beck. Día mágico en el que el espíritu del folk salió de su cueva y se topó una montaña para ser escuchado por una generación que aún no sabía nada de José González, Bon Iver o los Fleet Foxes.

Se que es inútil y necio comparar álbumes, más aún cuando están a once años de distancia, pero prometo que es para llegar a un punto que nada tiene que ver con el anhelo de lo idealizado.

Ghost On Ghost tiene un baterista de jazz, muchísimo sentimiento de soul y melodías de surf californiano estilo Beach Boys. La diferencia con aquel disco debut acústico y melancólico es tan grande que no sería difícil confundirlo por completo con otro artista. Éste es un Iron & Wine bastante más pop y muchísimo más ligero. He ahí la palabra clave. Ligero.

El peso de la música es algo extraño. Le puedes poner decenas de instrumentos, coros, sintes, y arreglos; puedes jugar con todos los géneros y estructuras que quieras, pero eso no necesariamente la hará mejor, ni más interesante.

Este álbum es la prueba viviente de lo anterior. Está producido con recursos de primer nivel e impecablemente tocado por músicos sobresalientes (miembros de Antony & the Johnsons y la banda de Bob Dylan, por mencionar algunos), pero sea como sea, pesa menos que una guitarra y una voz grabadas en la sala de una casa.

Es raro pensar todavía en Iron & Wine como un artista de folk, porque ya no lo es. Habemos algunos amantes del sonido a madera, quienes –ilusamente- esperamos con cada entrega del proyecto, que la música vuelva a sus orígenes. Esa eterna búsqueda por la sensación del primer viaje, la primera droga, el primer enamoramiento. Van tres veces que me pasa. Prometo que ésta es la última.