Baxter, periodista en México y fanático de hueso colorado de Metallica, acaba de emprender un viaje a la Antártida para ver a la banda en un concierto único en uno los lugares más recónditos de la Tierra. Su viaje implica pasar por diversas regiones y un largo trayecto en barco rodeado de fanáticos de la banda de todo el mundo.

A lo largo de la semana publicaremos crónicas de su viaje a la Antártida, aquí pueden ver la primera parte y aquí abajo verán la segunda entrega sobre una de las partes más difíciles del viaje:

Foto: Baxter

Foto: Baxter

Nadie lo vio venir. Nadie, claro, a excepción de la tripulación del Ortelius, que realiza de 6 a 10 viajes desde Ushuaia hasta distintos puntos de la Antártida. Ha llegado la primera noche en el barco, y unas tres horas después de zarpar, con sonrisas sardónicas, los marineros experimentados, dicen adiós al último punto civilizado del planeta. La luz de un faro, que se ve tan pequeño desde altamar, que acentúa el chiste. No hay vuelta atrás. La experiencia de fanáticos, medios, productores y crew de la banda tomará un rumbo impredecible.

El pasaje de Drake es considerado como uno de los más peligrosos del mundo. Se encuentra a apenas a 135 kilómetros de la última población al sur del planeta, por el canal de Beagle. En éste, confluyen las aguas de los océanos Pacífico y Atlántico y es imprescindible cruzarlo si es que se quiere llegar al continente de hielo. La misión de cruzarlo toma unas 48 horas (tal vez más, como en nuestro caso), y una dosis considerable de escopolamina administrada a través de un parche. El médico lo advirtió. “Si se toman pastillas y padecen de mareo y vómito, la pasarán mal. El parche no se puede expulsar del cuerpo.” Pastillas de Dramamine y parche de escopolamina. Los que han logrado soportar estas horas, se han administrado los dos.

Ortelius es un viejo barco polaco. Construido con el rigor socialista a finales de la guerra fría, es capaz de romper hielo, y sortear las olas de más de doce metros que se presentan rumbo a la Antártida. Cuenta con una sala de proyecciones, un bar y camarotes con baño propio distribuídas en siete cubiertas. Dos de esas secciones están destinadas a transportar el equipo de Metallica (tan sólo es el 10% de lo que llevan a cualquier otro concierto) y a los fierros que harán posible la transmisión del concierto. El resto de las cubiertas están plagadas de caras pálidas, metaleros mareados con cara de “¿qué hago aquí?”. La comida se sirve a las 8, 13 y 17 horas.La capacidad del comedor no es cubierta ni al veinte por ciento. Drake está haciendo de las suyas. La única forma de vencerlo es ignorándolo, tarea difícil cuando cada tres segundos el navío hace un movimiento repentino y aleatorio.

Drake es la furia de Kill ‘em all, Ride the Lightning, Master of Puppets, … And Justice for all juntos. Es la rima del marinero antiguo, es Leviatán, es la cosa que no debería ser. Tiene un dejo de “You shook me all night long”, para los de corazón aventurero. Para el resto, Drake es la abominación más grande que han vivido. Sin dejos de vida humana a cientos de kilómetros a la redonda, Drake logra su cometido: miedo, nausea, respeto por la imponente naturaleza. Son más de mil kilómetros entre Ushuaia y Jubany, Antártida (donde está situada Carlini, que cuenta con un helipuerto donde Metallica hará un concierto histórico). Drake ocupa sólo un pequeño porcentaje del recorrido. Lo menos, que termina siendo lo más.

Metallica no se ha unido a esta tripulación. Ellos llegarán en avión, a una base chilena. Ortelius desviarará su recorrido para recogerlos. El pretexto por el cual más de cien personas tienen el semblante pálido y no han probado alimentos en 24 horas, vive en la música de Metallica. Canciones duras, de resistencia, de sufrimiento, de confrontación. Presenciaremos historia, demostraremos amor por la música y de paso, venceremos a uno de los pasajes más monstruosos del planeta.

Faltan todavía unas 10 horas.