Texto: Edgar Lazarin (@chicholazarin)
Guanajuato, 29 de julio. No es ningún patrioterismo injustificado, la realidad es que los cortometrajes extranjeros presentados en las dos funciones a las que hemos asistido en este Festival han dejado mucho que desear. No es el caso de las obras presentadas en la Selección Oficial de Cortometraje Mexicano, en donde casi la totalidad de los cortos dejaron satisfecho al público. Tampoco es que sea una cuestión cultural; el cine es universal; la diferencia ha radicado en el rigor formal que los autores han aplicado a sus películas.
En la Selección Internacional se repitieron las características de los cortos reseñados el día de ayer, estructuras narrativas desequilibradas, finales insatisfactorios y sobre todo, ausencia de discurso, más filosófico que cinematográfico. Los cortos empiezan bien, generan expectativas, comienzan a desarrollar a sus personajes, fluyen en el desarrollo pero nunca terminan de amarrar, al final nunca queda claro el tema, lo que deja la sensación de vacío en el espectador, es el caso de Apele Tac (Río silencioso), producción alemana-rumana. Dirigido por Anca Miruna Lazarescu, su trama se desenvuelve de manera casi perfecta: Gregor y Vali quieren cruzar a Serbia, los obstáculos presentados en el camino clandestino generan suspenso, emoción y gran curiosidad por lo que pasará, sin embargo, el climax se anticipa y en el momento que se tienen que revelar las respuestas que el espectador busca ya no hay nada para decir. Carencias similares a estas presentaron el resto de cortos extranjeros.
No fue el caso de casi todos los cortos mexicanos exhibidos el día de hoy, cuyas formas fueron muy correctas y más afortunados los fondos. La mayoría de las historias se sintieron profesionales y honestas al grado de arrancar prolongados aplausos del público, como 29 dirigido por Carlos Armella, y El Pescador de Samantha Pineda. Historias que hablan de las promesas de amor en un tono muy romántico y hasta cursi, aunque también sincero.
Destacó en específico un corto, Atmósfera de Julián Hernández que retrata a Cecilia, Alberto y Felipe, tres jóvenes atrapados por una rara epidemia en una playa, cuando no pueden controlar más sus energías deciden salir y disfrutar de sus compañías en la playa. El cortometraje es una elegante metáfora de la alienación que sufre la juventud, encerrados y amenazados constantemente por miedos sin fundamento propagados por los aparatos propagandísticos del estado.
Varios de los cortometrajes exhibidos han sido contextualizados en mundos apocalípticos. Zombies, guerras civiles y pandemias provocadas por la atmósfera, las teorías del fin del mundo se están poniendo de moda.
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