Por: Christian Rojas (@christianxrojas)

Bien lo ha dicho Dan Le Sac en su desafiante letra que conocimos todos en 2007: Pink Floyd es sólo una banda. Pero puede estar equivocado. El día de ayer, Pink Floyd se reunió después de más de cinco años desde aquel mítico Live 8. ¿Qué hace excepcional a este histórico acontecimiento? Definitavamente el factor sorpresa. Mientras todos concluíamos nuestras rutinas en el continente americano, David Gilmour se subía al escenario para interpretar el que muchos consideran ‘el mejor solo de guitarra de la historia‘ encima del muro que da vida al teatral concierto de Roger Waters, The Wall, en Londres, Inglaterra.

Primero, una foto llegó a la Internet siguiendo con la segunda sorpresa: Nick Mason también se encontraba en el mismo recinto. Después, llegaron más y fotos y los videos. Todo transcurrió en menos de 45 minutos y, literalmente, la prensa se detuvo. Entonces, ¿no es cierto que Pink Floyd es sólo una banda? Sólo una canción intepretada por los ex-colegas bastó para paralizar a cualquier melómano sea o no seguidor de este legendario grupo y declarar ésta como la madre de las reuniones. Además, si Richard Wright siguiera vivo, también lo hubiéramos visto sobre el mismo escenario.

Todo lo anterior es prueba del legado que ha dejado Waters y compañía a lo largo de más de 40 años. No son las majestuosas producciones que han montado. Tampoco son sus polémicos pleitos ni haber dado un concierto para nadie en Pompeya. Cada día, una banda está naciendo u otra está componiendo su segundo disco; ninguna de estas dos evitará inspirarse en Pink Floyd para creer que, así, su próxima obra maestra nacerá. Esto y más, es lo que Pink Floyd nos heredó.