4 de julio de 2013. La fecha perfecta para que una de las máximas expresiones vivientes del sueño americano lanzara su nueva producción.

4 de julio. La primera vez que Jay-Z nos mató de aburrición.

Y no, no es cosa menor. En su larga carrera, siempre han habido altibajos musicales, pero este es sin duda su instante más borroso y deslavado. Sería imposible pensar que algún artista pudiera tener 12 grandes discos, y es justamente en el más reciente en el que parece que por fin se le acabaron las grandes ideas.

Magna Carta Holy Grail es un disco incómodo. Jay-Z parece estar pasando por una transición, pero no nos deja muy claro a dónde quiere ir. Abandonó definitivamente el pop, se alejó del sonido de la calle, y nos dejó con una serie de tracks inconexos y sin cafeína.

A pesar de que su probada habilidad lírica se mantiene intacta, con textos en los que se empeña en dejarnos claro que no olvida de dónde viene aunque ahora sea lo suficientemente “educado” como para apreciar a Koons, Rothko, Basquiat y Picasso, musicalmente la caída es estrepitosa.

Las razones quizá son más obvias de lo que pareciera: Jay-Z está fuera de foco. No se puede ser empresario, padre, esposo, manager de Kevin Durant, mercadólogo, dueño de arenas deportivas, diseñador de ropa, “antrero”, productor, organizador de festivales, promotor de HAIM y músico virtuoso a la vez. O quizá sí, pero no con la misma intensidad. Parecería que Mr. Carter, casi sin querer, descuidó lo más valioso que tiene, y las consecuencias podrían ser garrafales para su carrera.

Lo más destacado: 

”Heaven”, un track oscuro e inteligente. Una joya que sobre sale de la mediocridad del álbum y nos recuerda al Jay-Z joven y ambicioso (musicalmente ambicioso, quiero decir).

“Holy Grail”: La graduación de Justin Timberlake y la consolidación de una relación que podría hacernos olvidar rápidamente los duetos de Jay-Z con Kanye West. Elegante guiño pop que nos deja un sabor de boca agridulce.

Para olvidar:

Part II (On the Run)”: Track predecible, ofensivamente soso. ¿La mejor forma de describirla? Es una de esas canciones de R&B genéricas que puedes encontrar en el canal de música de tu sistema de cable.

El sonido de las percusiones en todo el disco: Ni se hagan ilusiones. No encontrarán los tradicionales beats pesados y esponjosos de Timbaland. Fueron sustituidos por cajas de ritmos artificiales, metálicas, agudas y sin personalidad.

Las sorpresas: 

En realidad no hay muchas…

  • Sí. Se hacen citas de letras clásicas de los 90. Si escuchan con atención se toparán con pedacería de “Losing My Religion” y “Smells Like Teen Spirit”.
  • Sí. Parece que Jay-Z entiende perfectamente el valor creciente del mercado hispano. Nunca lo habíamos escuchado decir tantas palabras en “espanioul” ni hacer referencias culturales tan contundentes.
  • Sí. Para nuestro asombro, hasta la colaboración con Frank Ocean es tibia.
  • Sí. Hay material para los amantes del tabloide. “La Familia” pareciera ser una respuesta encriptada en tono mafioso y casi hostil a las amenazas de Lil Wayne de robarse a Beyoncé.

El álbum no se decide. No sabe si quiere hablar de la muerte, de la fe, de cómo la fama te puede robar el alma, de la paternidad o del escape de la pobreza.

El álbum no pesa. Si no se le pone atención, se convierte rápidamente en música de elevador que acompaña la conversación sin movernos un pelo.

El álbum es una trampa. Por fin entendí porqué decidió prevender 1 millón de tracks en alianza con Samsung (a pesar de ser una marca que no utiliza y de haber criticado públicamente a todos los que reciben dinero de marcas que no utilizan). Jay-Z no diseñó esta campaña tan cara y compleja porque sea un genio, sino porque sabía que su nueva producción no tenía nada de especial. Si la hubiera comercializado y difundido por mecanismos tradicionales, jamás hubiera logrado ser disco de platino. Sus spots tramposos en los que nos insinuó una coproducción entre Timbaland y Rick Rubin y colaboraciones con Pharrell, sirvieron para generar el nivel de emoción necesario para hacer de éste otro de sus negocios redondos. Misma emoción que se arrastra por el suelo cuando el último track termina de sonar.

Nadie puede culpar a Jay-Z por no saber a dónde quiere ir con su música. A sus 43 años lo ha intentado todo y casi todo le ha salido bien. Quizá era momento de que probara las mieles del fracaso. A cualquiera le cae bien.

Pero de algo sí podemos culparlo: de matar a la música. Ojalá cierre su bar de Nueva York, ojalá que le dedique menos tiempo a Roc Nation, ojalá que no quiera hacerlo todo, y mate a la música en el intento.