Imagínense que son doctores. Imaginen que en la sala de espera, salen y ven a dos pacientes: uno dice tener una bala en la pierna y estarse desangrando, mientras que el otro dice tener una depresión tan aguda que está al borde del suicidio.

¿A quién atenderían primero?

Lo voy a dejar aún más fácil y, de nuevo, necesito que de verdad hagan el ejercicio de “imaginar”.

Son doctores y en la sala ven a dos pacientes: uno dice tener una gripa y tos seca, y el otro dice tener una depresión tan fuerte que está al borde de quitarse la vida.

De nuevo, ¿a quién atenderían primero?

El hecho de que una persona tosiendo tenga pruebas “mayores” de tener una enfermedad por encima de alguien que dice padecer un trastorno mental, es la verdadera raíz de todo el asunto de Armando Vega Gil, difunto integrante de la HH Botellita de Jerez y presunto violador acorde a una denuncia anónima en @MeTooMusicaMX (#MeTooMusicosMexicanos)

Quiero dejar algo muy en claro…

Este texto no va a aplaudir o desacreditar a ninguno de los dos bandos que se han levantado entorno a todo el tema de las denuncias. No aplaudo ni desacredito las denuncias anónimas, así como no aplaudo o desacredito a ninguno de los señalados.

¿Por qué?

Porque este texto va dirigido a una temática que envuelve a una de las comunidades más vulnerables de la república mexicana:

La que sufre trastornos mentales.

Desconozco si Armando Vega Gil era o no culpable del crimen del que se le acusa. Desconozco y no soy quién para opinar si el movimiento MeToo está o no desarrollando una buena labor de la manera equivocada. Eso no me corresponde a mí para señalar, opinar o desarrollar.

Lo que sí creo que me compete, es el hablar de algo que todos queremos ignorar por la falta de educación y empatía que tenemos entorno a la depresión, la ansiedad y los trastornos mentales.

Armando Vega Gil se suicidó.

Y un suicidio no es un acto instantáneo, es un proceso que así como un árbol, tuvo una semilla que fue creciendo, alimentándose y convirtiéndose así en un árbol que concluyó en la decisión de quitarse la vida.

Claro, unos dicen que la razón del suicidio de Armando fue que no soportó la culpa de sus actos y prefirió arrebatarse la vida para convertirse en un mártir. Pero, me gustaría plantearles esto…

¿Y si no fue así?

¿Y si Armando Vega Gil silenciosamente ya tenía planeado quitarse la vida y separarse de todo?

Muchos aclaman al suicidio como “un acto valiente”. Incluso me han llegado a decir, “wey, para quitarse la vida hay que tener muchos huevos”, pero cuando yo tuve un intento de suicidio en 2017, tuve todo menos huevos; tuve ganas de huir, ganas de escapar, ganas de que la gente me extrañara y me diera el cariño en muerte que yo sentía no me habían dado en vida.

Tuve ganas de que mis papás me recordaran como el “gran hijo” que nunca fui. Tuve ganas de que la gente que había leído o visto mi trabajo, tomara mis textos mediocres y los alabara con un “fue un gran personaje que se nos fue muy temprano”.

Tuve todo menos huevos. Tuve ganas de escapar. Tuve ganas de renunciar. Eso tuve y lo puedo decir porque yo estuve ahí a milímetros de darle fin a todo.

Leo su carta y me recuerda a una carta que escribí cuando tenía 14 años. Cuando por primera vez consideré quitarme la vida.

¿Saben que suicidarse no es cosa de un momento de tristeza y ya?

No esperaría que lo hicieran, porque muchos de por sí creen que estar triste por un efímero momento es suficiente para decir “ando deprimido”.

La depresión es una enfermedad, no un breve momento.

Una gripa dura menos que la depresión. Una persona que se estrella contra un poste y tiene que ir a rehabilitación por varios meses, sufre durante menos tiempo los estragos de vivir en depresión.

¿Saben por qué?

Porque la depresión es PARA TODA LA VIDA. No se acaba. Se puede tratar, se puede incluso “medicar”, pero no se va a ir nunca. No se va con encontrar al amor de tu vida, no se va con la alegría de tener un hijo ni con el aumento más grande en tu trabajo o el éxito más alto en tu vida profesional.

La depresión está y se queda para toda la vida.

¿Te imaginas vivir con eso todos los días? ¿Escuchar esas voces que en absolutamente cada paso que das te desacreditan y hacen menos? Voces que no provienen de fuera, sino voces que viven adentro.

Voces que te gritan que eres un farsante y que no tienes amigos.

Voces que te aseguran que la gente no te ama y habla mal a tus espaldas. Voces que no importa cuánto reconocimiento tengas de la gente, ellas siempre te dirán “tú sabes que eres una mierda y eso jamás va a cambiar”.

Y los amigos creen que pueden opinar. Muchos cercanos a Armando dirán “es que eso es mentira, él era una persona muy feliz”, pero la felicidad poco tiene que ver contra una constante lucha en la cuerda floja donde un mal pensamiento puede desatar años de crecimiento depresivo en tu ser.

Entiendo la batalla que libra el MeToo. Entiendo que estén enojados y tristes por el suicidio de Armando Vega Gil, pero por una vez en sus vidas dejen de asumir que lo saben todo y abran la puerta a una enfermedad que azota a más de 6,000 mexicanos al año y que cobra alrededor de 17 vidas diarias.

Estamos frente a un suicidio. Y creo de todo corazón que culpar a un movimiento o denuncia anónima, es pasar por alto los años de depresión a los que Armando estuvo expuesto (en silencio o no).

Sólo quiero dejar estos puntos a la vista antes de terminar este texto…

En una sociedad machista en donde un hombre tiene muchísimas más facilidades y credibilidad que una mujer, ¿por qué un sujeto con años y años de haber apoyado beneficencias e instituciones altruistas en pro del cuidado de los niños habría de optar por quitarse la vida a la vista de una acusación como la de él?

Fácilmente se pudo haber defendido, dar una conferencia y con toda la credibilidad ciega que nos dan a los hombres en México, defenderse y apagar las denuncias (que de nuevo, fueron anónimas y que frente la ley, carecen de todo peso principalmente por el anonimato).

Dejen de considerar a “la culpa”, “al movimiento” y a las “denuncias” como los factores claves en el suicidio de Armando Vega Gil y ábranle la puerta a la depresión y todos los demonios que esta trae consigo; demonios que tus hermanos o hermanas menores pueden estar enfrentando. Demonios que tus amigos, tíos, conocidos, padres o madres podrían estar cargando a sus espaldas.

Demonios que quizás tú llevas contigo en cada paso que das.

Twitter no es una institución. El problema no es una cuenta disparando denuncias anónimas. El problema es un sistema que prefiere culpabilizar a hombres y mujeres de cualquier acto delictivo antes de ponerse a trabajar y atender a las necesidades de la población.

El problema son los MPs que prefieren decirte con toda la hueva del mundo y su chingado mapita al momento en que llegas golpeado y recién asaltado “híjole joven, no toca en esta delegación, vaya a la otra”.

Dejemos de utilizar absolutamente todo lo que tenemos alrededor para justificar que un suicidio acaba de suceder porque el monstruo de los trastornos mentales está más presente que nunca y nosotros, estamos menos listos para enfrentarlo que antes…