Ah, el síndrome del segundo disco. Cuántas bandas han mordido el polvo y se les ha ponchado una llanta rumbo al camino del éxito, de la consagración y de la continuidad. Cuántas han batallado por serle fiel a su sonido, a sus principios, creencias, y simplemente han fallado. Cuántas. Parece que la historia de Toy, el quinteto de Brighton, el del rock psicodélico, será diferente.

Pongamos las cosas en contexto. Toy surgió hace tres años, lanzó un disco mediamente exitoso en el círculo under inglés, tocó en Glastonbury y por alguna extraña razón, terminó presentándose en el Corona Capital 2013, conectando así los puntos que definirían el primer capítulo de la corta vida de estos ingleses. El segundo se llama precisamente Join The Dots. Es un trabajo inmediatamente escrito, grabado y mezclado a los pocos meses de su primer álbum, sólo que con más tiempo para afinar detalles y llevar la creatividad un poco más lejos. Tuvieron tiempo de imprimirle un sentido narrativo al disco.

Todo comienza con la suerte de despegue sonoro en “Conductor” (siete minutos instrumentales), y nos lleva por pasajes diferentes; canciones pop que resaltan el perfil más dulce pero ruidoso del grupo, así como otras en donde la banda muestra sin temor alguno su gusto por la psicodelia de los ochenta. La apuesta aquí es ofrecer dos caras de Toy, una más consolidada que otra (la más pesada, claro está). Tras un par de temas más destinados al olvido que a otra cosa, los últimos tres del disco (además del que le da título a la obra) resumen bien la evolución de los de Brighton.

Join The Dots es un trabajo que no busca ser la reinvención del grupo. Y no hay tal porque sigue en la búsqueda por encontrar las canciones, los sentimientos y la ejecución correcta para ser lo que quiere ser. Toy va conectando los puntos poco a poco, y con este disco parece que va por buen camino.