Dusty Springfield (1939-1999)

Dusty Springfield (1939-1999)

Texto: @sarastereo

No hay música más profunda que la negra, y es que ningún pueblo ha sufrido tanto. Es una máxima arriesgada, si se quiere (¿cómo se mide el dolor de una raza?), pero la madre de Oliver en Beginners (Mike Mills, 2010) llevaba mucha razón.

No hace falta hurgar demasiado en las capas más superficiales de la música para comprender que los grandes orfebres del pop tallaron sus diamantes con la reverberación de los espirituales negros. Esos cantos inefables que alababan al ser supremo, aún desde la podredumbre y con los cuerpos rotos.

Pese a todo, tenemos que el más escalofriante capítulo de la historia americana (que para algunos no está del todo zanjado) tuvo  secuelas afortunadas: el soul, el rythm & blues, el jazz, los primeros compases del rock and roll, y si nos apuramos, el hip-hop. Así, al hablar de orfebres y pioneros, toca señalar al ejército de músicos irrepetibles de la Motown -cuando afincada en Detroit- y de la Stax, portento de Memphis.

La raza blanca aportó lo suyo, aunque siempre debió mirar a lo que producía la otra industria, o bien, encontrar su lugar en ella. Phil Spector. Burt Bacharach. Antes, los soldados de Tin Pan Alley. Los mejores compositores blancos de la época trabajaron codo a codo con las mejores voces, las negras, pero tuvieron también la visión de allanar el terreno para los cantantes de teces y ojos claros.

Los Righteous Brothers, compañeros de las Ronettes en el muro de sonido, fueron de los primeros en distinguirse entre los actos blancos de soul y rythm & blues. Se lo ganaron con “You’ve lost that lovin’ feeling” (SpectorMannWeil, 1964), ese triunfo vocal de Bill Medley (primorosamente apoyado por Bobby Hatfield) que estremecía con la misma fuerza que Levi Stubbs, primera voz de los Four Tops.

Canciones como aquella llevaron a George Woods, campeón de la AM y de los derechos civiles, a acuñar el término blue-eyed soul, así como a abrirle camino a todos los entusiastas del flamante género en la radio de los sesenta.

Los blancos tenían, pues, músicos que sonaban tan bien como las filigranas que Berry Gordy exprimía del tridente Holland-Dozier-Holland, Smokey Robinson, los Funk Brothers y otros astros de la Motown. A su vez, la América profunda de Otis Redding, Isaac Hayes y Booker T., buques insignia de la Stax, se preparaba para arropar a la que sería la reina del blue-eyed soul y concretar uno de los intercambios musicales más gloriosos de todas las épocas.

Esa reina se llamaba Dusty Springfield. Su natal Inglaterra tuvo el privilegio de verla florecer con las mejores piezas de Burt Bacharach y alguna de Rod Argent (tecladista de los Zombies): “I just don’t know what to do with myself”, “The look of love”, “If it don’t work out” y tantas, tantas otras joyas. No obstante, fue en Memphis donde la diva consumó su obra capital.

Los sesenta se marchitaban, con ello, la chispa de los éxitos originales de Springfield. En 1968, el pop ya no era un asunto de histeria. Sus vertientes daban para forjar obras de arte, y Dusty tenía talento de sobra para hacer la suya. Fichó por Atlantic (casa de su ídolo, Aretha Franklin) y se asoció con la realeza de Tennessee: Jerry Wexler, Tom Dowd y Arif Mardin.

Los productores reclutaron a Sweet Inspiration (lujoso grupo de coristas) y a los Memphis Cats de Reggie Young y Tommy Cogbill. La tinta la pusieron plumas como Gerry Goffin, Carole King, Burt Bacharach -y su inseparable Hal David-, Randy Newman, Barry Mann y Cynthia Weil, una pléyade a las que Springfield hizo justicia, y más, en Dusty in Memphis.

Es el álbum que recoge “Just a little lovin’” (Mann-Weil), “Son of a preacher man” (Hurley-Wilkins), “In the land of make believe” (Bacharach-David) y un manojo de piezas que esperaron a la reedición para reclamar su lugar. Una de ellas, la meliflua “What do you do when love dies” (Unobsky-Weiss).

Dusty in Memphis vale lo mismo que la discografía completa de Al Green, o sea, un imperio. Springfield cantó como si en ello se le fuera la vida, ¿qué más se le puede pedir a un artista de soul?

El blue-eyed (o white) soul siguió su curso, y al trabajo de los pioneros siguieron actos como Joe Cocker. The Zombies no era una banda dedicada al género, pero pasó a la historia con “Time of the season”, también de 1968. Luego vinieron Donnie & Joe Emerson, figuras fugaces de los setenta, pero autores de la suculenta “Baby”. El año pasado, Ariel Pink entregó su versión de la pista en Mature Themes (discazo). Girls tiene “My love is like a river”; Wilco, la superlativa “Side with the seeds”, y qué decir de Chan Marshall.

En 2005, quien conocemos como Cat Power se marchó a Memphis. Puso sus canciones en los atriles de Teenie y Leroy Hodges (otrora colaboradores de Al Green y Booker T.) y situó a Stuart Sikes (ingeniero de Loretta Lynn) al frente de la producción. Así, a grosso modo, nació el inmaculado The Greatest (2006), el Dusty in Memphis de nuestra generación.

La industria (el “hombre blanco” si se quiere) se encargó de enaltecer sus productos musicales hasta el paroxismo; ahí tenemos a Elvis Presley en el trono y a Chuck Berry en la variedad musical de un restaurante en St. Louis (hizo su última gira en 2008). Pero, ah, la ironía… Nadie ha reverenciado la música negra como lo han hecho los hijos del blue-eyed soul.