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Hay un antes y después de Lou Reed y para recordarlo invitamos a diferentes personajes de la industria musical para que escribieran sobre Lou, su legado y cómo marcó sus vidas. A lo largo de la semana nos despediremos del gran Lou Reed como se debe, celebrando la carrera de un ícono.

Seguimos la serie con un texto de Covadonga Bon, comunicóloga y melómana que en los últimos años ha trabajado en diferentes proyectos mediáticos y publicitarios incluyendo Warp y Coca-Cola.FM. Actualmente es locutora Reactor 105.7.

Chuck Klosterman, quien entre otras cosas es analista de la cultura pop de los Estados Unidos, escribió en Killing Yourself to Live: 85% of a True History, que:

“There are certain people you love who do something else; they define how you classify what love is supposed to feel like. These are the most important people in your life, and you’ll meet maybe four or five of these people over the span of 80 years. But there’s still one more tier to all this; there is always one person you love who becomes that definition. It usually happens retrospectively, but it happens eventually. This is the person who unknowingly sets the template for what you will always love about other people, even if some of these loveable qualities are self-destructive and unreasonable. The person who defines your understanding of love is not inherently different than anyone else, and they’re often just the person you happen to meet the first time you really, really, want to love someone. But that person still wins. They win, and you lose. Because for the rest of your life, they will control how you feel about everyone else”.

La cita, si bien ayuda a tratar de entender porqué nos relacionamos cómo nos relacionamos con las personas que amamos , me parecen las líneas perfectas que ayudan a dimensionar el paso de Lou Reed por este mundo. Lewis Allan trazó los mapas de lo que escuchamos a partir de entonces. Definió nuestra manera de entender la música y va a controlar por siempre la forma en la que la percibimos. Su oficio (porque escribir y componer no era solo su pasión, sino su trabajo -tal es el caso del propio Leonard Cohen y si nos ponemos más contemporáneos, levanto la mano por Michael Stipe-), provocó la existencia de un sin fin de géneros musicales que no tendrían cabida en este mundo si no fuera en gran parte por su contribución. Y es que Lou Reed no fue solo un músico excepcional; fue un revolucionario cultural que vino a revolver el mundo. Por lo menos el mío.

Genuino por naturaleza y rompedor de espíritu, Reed es un héroe. Resulta que el contexto, señores y señoras, lo es todo y esto él lo entendió como nadie. Las drogas, el Nueva York más desenfrenado, la psicodelia, el pop art y la liberación sexual encontraron salida en una gran idea que inevitablemente, nuestro héroe llevó a otro nivel.

Música para escuchar a un volumen alto; que por sí misma, es capaz de llenar el espacio y que inevitablemente nos hace aprender a escuchar y empezar a SENTIR. SENTIR en un mundo acelerado y cruel; despertando uno que otro demonio y echando a andar uno que otro sueño. Lou Reed construyó a nivel artístico, si. Pero también se convierte en el catalizador de nuestras emociones, cuándo no sabemos que hacer con ellas. Para prueba, y si están necesitados de ruido, denle play al Metal Machine Music. Escuchen el Transformer si se quieren derretir. Para musicalizar la tragedia, siempre Berlin. Y entonces, no nos deja más opción que inmortalizar momentos a partir de canciones; eso también nos dejó Lou, y Jordi Soler inspirado por éste:

Hace algunos años lanzaba todas las noches, desde mi cabina de radio en la ciudad de México, un satélite al espacio. Entonces creía, como sigo creyendo ahora, que la música que oímos, luego de pasar frente a nosotros, sigue su camino ascendente hacia el espacio exterior donde vagará, tal como fue concebida e interpretada, entre miles y miles de piezas musicales, hasta el final de los tiempos. En su camino hacia la eternidad, esta canción va sonando, aunque no la oiga nadie, y además va irradiando sus notas, su melodía, su armonía, sus letras y sus fantasmas. La idea es que en algo mejora el mundo la cauda que va dejando cada canción. Durante los últimos diez años del milenio anterior lancé el satélite por las causas más diversas: contra los abusos del ejército mexicano en Chiapas, contra la Guerra del Golfo, contra la brutalidad de la policía en la Universidad y a favor de un montón de iniciativas, siempre nobles, que proponía yo o la gente que me oía. El satélite que lancé durante todos esos años fue, y perdonen la obviedad, “Satellite of Love”, de Lou Reed. Me parecía importante que fuera siempre la misma canción, se trataba de celebrar un ritual colectivo, de que yo y las miles de personas que me acompañaban cada noche pensáramos, durante los 3 minutos con 40 segundos que dura la canción, en la misma cosa. Estoy seguro de que aquella fuerza organizada en torno al satélite sirvió de algo, cuando menos nos hizo reflexionar y, sobre todo, desear juntos que las cosas mejoraran. Esta es la versión contemporánea de aquel satélite, es la que toca en estos tiempos que corren; busca una causa personal o colectiva y lánzalo al espacio.

Sean obvios, elijan su batalla, tengan su propio Satélite De Amor y dibujen una sonrisa en la cara de quién abandonó este mundo en la mañana del pasado domingo 27 de octubre, pero que deja entre nosotros su legendario corazón. Su ostrich guitar. Su voz. Su lado más salvaje.

Me declaro mujer de Lou Reed porque fue él quien cambió el mundo, por lo menos el mío.