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Hay un antes y después de Lou Reed y para recordarlo invitamos a diferentes personajes de la industria musical para que escribieran sobre Lou, su legado y cómo marcó sus vidas. A lo largo de la semana nos despediremos del gran Lou Reed como se debe, celebrando la carrera de un ícono.

Seguimos la serie con un texto de Mario Valle. Gamer, mercadólogo de avanzada, escritor y melómano envidiable.

El domingo chateaba con una amiga mientras me llegaba la alerta de breaking news sobre la muerte de Lou Reed. Le dije que me estaba enterando que había muerto y, contrario a todo lo que yo hubiera esperado de mí en ese momento, le dije de pronto “se acaba de morir Lou Reed y no siento nada”. Ya no me acuerdo si ella sabía o no que Lou es uno de mis muy pocos héroes –no solo musicales, sino de la vida- pero al momento de leerme a mí mismo diciendo que no sentía nada (era cierto) el desprecio que sentí por mí fue bastante notable. ¡¿Cómo podía no sentir nada?! ¿De este tamaño será mi traición emocional cuando muera Leonard Cohen? ¿Soy acaso un infeliz? Me quedé con ese pensamiento y su consecuente auto-descalificación un buen rato hasta que tuve una especie de epifanía unas horas después mientras tocaba en el piano “After Hours”: Tampoco sentí nada momentos después de que murió mi abuelo, el más grande de mis héroes, frente a mí.

El luto y sus asuntos siempre me ha parecido uno de los sentimientos más misteriosos e interesantes que existen. El misterio del que hablo es muy parecido al que produce una receta secreta cuyos ingredientes son difíciles de identificar o separar incluso mientras se paladea. El luto es quizá el nombre que le hemos puesto a esa amalgama de sensaciones que da mucha hueva (y mucho miedo) deshebrar. Hay algo tremendamente mágico en la pérdida. “Magic and Loss” (himno que me ha hundido y rescatado en momentos clave) habla de esta dualidad que dejaré a los expertos, críticos musicales y melómanos de profesión interpretar y explicarle al mundo los siguientes días. Mientras tanto que suene acá “Sad Song” del Berlin, uno de los pocos álbumes que escucho de un jalón invariablemente. Esta es una nota personal sobre la muerte de Lou Reed, nada más.

Lou Reed al igual que Leonard Cohen, me enseñó a morir y resucitar varias veces sin dejar de manejar al trabajo, sin dejar de comer tres veces al día y sin dejar de dormir seis horas diarias. Lou Reed (y Cohen) son verdaderos maestros en el arte de caminar, hundirse, resurgir y sobre todo crear junto con su propia sombra. He tenido la suerte de haber sido guiado por ellos desde mis 16 años (edad en la que escuché por primera vez “Satellite of Love” y “Tower of Song”) y desde entonces mi vida se ha tratado de aprender a aceptar e integrar mi propio lado oscuro, que hoy disfruto tanto.

El luto por un héroe y un guía como mi abuelo fue tomando forma y se ha manifestado a lo largo de varios años de ya no tenerlo conmigo, alimentado por memorias directas, objetos en común, reminiscencias de conversaciones y lecciones (dichas y no dichas), etc. Es un luto que se puede paladear y es casi tan tangible como el pedazo de madera que me robé de su taller de carpintería y que tengo en mi escritorio desde que murió. El luto por un héroe y un guía como Lou Reed al que no conoces nunca tomará esa forma y por lo tanto creo que es bastante mediocre. Pareciera un luto estéril que no terminará de asentarse por más que lleve más de 18 horas escuchando su música y leyendo sus letras. Esa mediocridad hace al luto por la muerte de Lou Reed doblemente triste. Un luto gris, borroso y oscuro. Como quizá a él le hubiera gustado. He ahí mi homenaje a Lou Reed: un luto mediocre y esta nota personal.

“What do you think I’d see, if I could walk away from me?” pregunta Lou en “Candy Says”. Supongo que ya se la respondió y lo que ve le gusta. Sin embargo, desde ayer “it’s so cold in Alaska…” y en el resto del mundo también.