Un festival de música le cambia la vida a sus asistentes cuando les deja marcas imborrables, tangibles (suelas llenas de lodo, cuellos quemados, ampollas en los pies) o intangibles (memorias, momentos, descubrimientos). Pareciera que hoy en día, el festival Nrmal siguiera marcando a la gente de ambas maneras, impregnando el deseo de volver año tras año.

Y con sus fiestas previas y posteriores, y con sus amenidades no musicales, el festival Nrmal ya no es un festival, es un evento.

El terreno del Parque Ferrocarrilero es pequeño. Uno puede recorrer los cuatro escenarios en cuestión de minutos. Eso no es una limitante: es una bondad. El tener la oportunidad de brincar de un lado al otro para disfrutar y aprender de todas las bandas posibles, es una ventaja para el melómano itinerante. Tanto así que gente de toda la república ya tiene un interés honesto en exponerse a aquel maratón musical de más de 10 horas, en donde bien descubrirá a su nueva banda favorita, o se expondrá a un género nunca antes experimentado en vivo.

Los Blenders, Hawaiian Gremlins, Clubz y Little Jesus fueron de los primeros en sonar bajo el quemante sol regio. Su estilo coincidió con las condiciones climatológicas. Mientras unos se tiraban al pasto a escuchar la música, otros visitaban el área comercial (El Mercadito), los columpios o a los patinadores de Vans, que dibujaban piruetas en el aire con “Meta y Dinero”, “Mogwai Love”, “Hoy No” o “Berlín”.

Después, el día se convirtió en una batalla amigable de propuestas opuestas, sonando al mismo tiempo en lugares distintos: El Triple Filtro vs. No Somos Marineros, Los Románticos de Zacatecas vs. Tino El Pingüino vs. Nazareno El Violento, etcétera. Dos canciones de uno, una de otro, una ida al baño y repita la fórmula. Sólo así el oído se expone a la oferta del Nrmal: diversidad extraordinaria en un solo lugar.

¿Momentos clave? Muchos. Cabezas Podridas provocando un slam entre tres personas. BFlecha, la one-woman band, llamando la atención de medio festival a través de sus loops. Pure X, de Austin, ofreciendo reverberaciones saturadas con su amabilísimo noise pop, mientras el sol se despedía. Füete Billëte haciendo cantar a toda la carpa Red Bull Music Academy; la reacción fue mutua, pues un “está muy cabrón estar aquí” se escuchó a través de uno de los micrófonos.

Y lo estuvo.

Entrada la noche, la fiesta fue imparable. Ni la lluvia torrencial pudo evitarlo. Kelela, norteamericana, no podía creer lo que le ocurría: “Gracias por estar aquí, por sus caras sonrientes y por cantar mis canciones. No sé ni qué está pasando”. De fondo se escuchaba el miedo hecho música: Terror Cósmico. Crudo. Fuerte. Brutal.

El final se dividió en dos: la triple oferta de Death, Dënver y Matías Aguayo X Mostro, y el dramático relevo de Siete Catorce y DJ Rashad y DJ Spinn.

Death se presentó por primera vez en México. Los históricos rockeros afroamericanos se vieron genuinamente conformes con el intercambio de gestos entre ellos y el público. Al otro lado, desde el escenario azul, Dënver hacía bailar bajo la lluvia a los fans del pop chileno. En la carpa, Aguayo daba una de las fiestas más energéticas del día. Tres opciones igual de interesantes y satisfactorias para el cuerpo y el oído.

Siete Catorce subió al escenario sin pretensiones, poses o falta de público; cigarro y chela en la mano. Le ofrecieron en un cigarro de mariguana pero ni siquiera lo vio: estaba muy ocupado siendo Siete Catorce. Se alejaba de su consola, se movía al ritmo de la música y regresaba a los faders. Estudiaba su equipo, agudizaba la mirada y disparaba otro ritmo y otro más. No volteaba a ver a nadie, sólo a su música. Seguía bailando. Seguían bailando. Seguíamos bailando.

Le entregaron el escenario tarde y él se desquitó. Le pedían que se bajara, pero él ponía canciones de su EP2. Finalmente accedió a terminar su set, y DJ Rashad y DJ Spinn, enmascarados como luchadores, detonaron la fiesta. Cuidado, que ahí van al Vive Latino en unas semanas.

Así fue un día Nrmal. Que lo normal sea extraordinario. Siempre.