Bruce Dikinson.

Bruce Dikinson.

El 17 de septiembre de 2013 el Foro Sol de la Ciudad de México fue testigo de la inmortalidad del género, y lo digo en más de un sentido. Trataré de enlistar la mayor cantidad de observaciones que recolecté durante la noche de ayer:

Se presentaron tres bandas, de tres generaciones totalmente distintas y representando a tres subgéneros disímiles: Iron MaidenSlayer y Ghost B.C..

Los primeros, una institución renombrada, multi-referenciada y con el mayor jale de todas. 38 años en el negocio los respaldan.

Los segundos, con las credenciales suficientes para ser considerados dentro del grupo de “los cuatro grandes” del thrash metal. Los más agresivos y estridentes del menú.

Los terceros trajeron sangre nueva y una propuesta más conceptual que musical. Agregan valor a la conversación sobre el metal al referenciar lírica y teatralmente, los clichés del género.

Slayer.

Slayer.

Slayer.

Slayer.

Slayer.

Slayer.

Lo más importante, es que durante las cinco horas que duró el evento —en una tarde de martes, con lluvia y frío al aire libre—el público asistente no solamente escuchó con atención y entrega a las bandas, sino que no se movió de sus lugares. El lugar estaba repleto a la mitad de la actuación de Slayer, e insisto, fue una tarde de escuela, trabajo y extremadamente lluviosa. 50,000 asistentes presentes.

A pesar de tener casi nula exposición en medios masivos, la música de Ghost B.C. es bien conocida entre el público. En un país controlado por el credo católico, como México, se entiende que Ghost B.C. no se vea muy a menudo. La banda tiene como líder a un Papa apócrifo, con cara de calavera, que canta sobre la concepción de Satanás y blasfema en latín e inglés. Más de uno, fue víctima de la curiosidad y tradujo las letras en latín, las cantaban con fervor. Ni el profesor más vigoroso de etimologías grecolatinas puede lograr ese efecto.

Me quedé con muchas ganas de ver una presentación más extensa de Ghost B.C. . Su sonido es impecable y la presencia en el escenario es fascinante.

Slayer.

Slayer.

Slayer.

Slayer.

Slayer.

Slayer.

Los dos integrantes originales que quedan en Slayer (Kerry King y el bajista Tom Araya) sufren de obesidad. Se ven más “repuestitos” que nunca. Sin embargo, la apariencia física es lo que menos importa, la música que interpretan es la única protagonista. ¿Qué pasaría si Taylor Swift, Beyoncé o Madonna subieran veinticinco kilos, se dejaran las canas y olvidaran su apariencia física? ¿El público iría a sus conciertos? Es más, para no llegar al exceso banal del pop, formulo la misma pregunta pero cambiando a Taylor por Julian Casablancas o las integrantes de HAIMSlayer rompió el escenario con una hora seguida de estrepitosos riffs y solos de guitarra, gritos comunales y mosh-pits que más que en golpes terminaban en abrazos entre desconocidos.

La salida de Dave Lombardo y la muerte de Jeff Hanneman son más que obvias durante la actuación de Slayer, sin embargo sus reemplazos “huesean” con excelencia.

Slayer.

Slayer.

Slayer.

Slayer.

Slayer.

Slayer.

Slayer.

Slayer.

El metal es ridículo, y eso no necesariamente es un argumento en contra. Al contrario. A lo largo de la presentación de Maiden, Bruce Dickinson salió con más cambios de atuendo que Thalía en su última gira. Apareció como soldado, como charro, como Nosferatu, como piloto… Cada uno de sus disfraces, construía sobre lo que Iron Maiden interpretaba. Canciones sobre invasiones bárbaras, guerras, misas negras. La banda, —compuesta por tres guitarristas prodigio vestidos con camisas sin mangas y pantalones apretados, un bajista enérgico y aún genial a sus 57 años y un baterista incansable,— podría ser un geriátrico. A primera vista, se ven ridículos, se agradece que no traigan mallas, sin embargo, al comenzar su actuación, lo que menos importa es cómo están vestidos, sino su rendimiento y talento. Un robótico Eddie (que se apersona durante “Run to the Hills”) y pirotecnia sincronizada con la música agregan, aún más, iconicidad al espectáculo. Nada sobra. Nada es gratuito.

Iron Maiden.

Iron Maiden y su pirotecnia.

Iron Maiden.

Iron Maiden.

Iron Maiden.

Iron Maiden.

Iron Maiden.

Iron Maiden.

Iron Maiden.

Iron Maiden.

“Seventh Son of a Seventh Son” duró más de diez minutos, contó con un puente musical lleno de atmósferas y efectos sonoros. Durante seis minutos, Dickinson desapareció. Únicamente estaban Maiden y sus 50,000 seguidores. Todos guardaron silencio. Nadie se atrevió a profanar el ritual.

Iron Maiden.

Iron Maiden.

Iron Maiden.

Iron Maiden.

Iron Maiden.

Iron Maiden.

Iron Maiden.

Iron Maiden.

Iron Maiden.

Iron Maiden.

Iron Maiden.

Iron Maiden.

Iron Maiden.

Iron Maiden.

Iron Maiden.

Iron Maiden.

Iron Maiden.

Iron Maiden.

Iron Maiden.

Iron Maiden.

Iron Maiden.

Iron Maiden.

Iron Maiden.

Iron Maiden.

Iron Maiden.

Iron Maiden.

Iron Maiden.

Iron Maiden.

El público se entrega como si se tratara de un ritual religioso, como si las canciones otorgaran sentido a sus vidas. Cantamos con fervor, respondemos, vestimos de negro, bailamos, brincamos, nos lastimamos el cuello. Ningún otro público responde de esa forma. En México se acentúa, y desde el escenario lo saben.

En el público, vi a un niño de 3 años y a un hombre de más de 65.

El metal es música que requiere paciencia y entrega. Quienes no estén dispuestos a abandonar prejuicios y abrir los oídos, leer las letras, entender las referencias, no están invitados. Sin embargo, eso no significa que los metaleros estén dotados de una sensibilidad única e inteligencia entrañable. Hay muchos que suelen creerse de esa forma por ponerse una camiseta negra de Blind Guardian y un parche con logotipos de bandas. Sin embargo, esa soberbia se borra, la guardia se baja, al momento que disfrutan de la música que más les gusta en la vida.

El metal le da sentido a muchas vidas.

El metal no morirá jamás.

Fans.

Fans.

Fans.

Fans.

Fans.

Fans.

Fans.

Fans.