Los Macuanos / Foto: Daniel Patlán

Los Macuanos / Foto: Daniel Patlán

En 2013, Steve Lamacq se encontraba dando una Master Class para la BBC junto con John Robb, en algún momento de la conferencia este último propuso que los asistentes pasaran al frente y les hicieran llegar sus demos, si es que los tenían. La reacción fue inmediata: una marabunta de adolescentes hambrientos de fama invadió el escenario con CDs con una sola intención: ser descubiertos por uno de los grandes locutores de la BBC, el mismo que fue parte del enaltecimiento de artistas como Blur, Oasis o Primal Scream. El chiste se cuenta solo. Aquellos que iban a oír lo que él tenía que decirles, en realidad tenían como objetivo el hecho de que él los escuchara, porque ellos tenían algo que decir.

Steve Lamacq es sucesor de una práctica instituida por otro prócer de la música independiente: John Peel, cuya máxima se resumía en la siguiente frase: Nunca dejar un cajón de demos sin escuchar todos y cada uno; incluso aquel disco sepultado hasta abajo puede ser el demo de “the next big thing”. Así, tres o más generaciones de bandas británicas fueron convocadas a las Peel Sessions, desde los Undertones (consentidos de Peel), hasta The Fall o The Cure. Alguna de estas bandas o de las enlistadas en esta liga, pudieron haber dejado de existir si no fuese por la paciencia de estos santos de la radio, que tuvieron a bien escuchar hasta el último demo.

No obstante que en su sitio Steve Lamacq da la bienvenida a nuevas marabuntas de demos a través del Dropbox, SoundCloud, correo de tierra y mail, la realidad –en el video de la Master Class de la BBC– muestra a Lamacq y a su colega John Robb tan hartos de los demos, como cualquier otro programador:

“I don’t like CDs. They’re ugly things. I never want to see another CD in my life”.

La idea de un anónimo presentándose en una estación de radio con un sobre que contiene un CD quemado –con el título marcado en Sharpie– es obsoleta. Antes de escuchar una grabación cruda, en maqueta, existen miles de opciones que se anticipan y exigen tiempo de escucha: sean descargas gratuitas, una mención de un hallazgo perdida en el timeline de un conocido; compilados en línea, fólderes en WeTransfer enviados por el sello, perfiles en BandCamp o usuarios encontrados en las profundidades del SoundCloud. Newsletters que hay que peinar minuciosamente: cada mail en el Inbox de un programador o editor puede contener al “next big thing”; y cada mail sin contestar, genera mal karma por no prestarle oídos a un posible nuevo mesías de la música. No debe quedar ni una piedra sin levantar.

Ahora las maneras de descubrir a un nuevo artista están muy dispersas porque la facultad de descubrirlos ha quedado depositada en una especie de inteligencia colectiva, todos somos un John Peel en potencia. Ahora el acto en vivo es un demo, pero tampoco es la única vía. De este lado, en la blogósfera latinoamericana, lo más cercano a las prácticas de John Peel, en forma y estilo, son los Fonogramáticos. Durante cuántos años nos devoramos aquellos compilados digitales en los que cada canción era un descubrimiento nuevo. Para lograrlos el proceso fue tan convencional como ingenioso: Carlos Reyes en Club Fonograma lanzaba una convocatoria para que las bandas mandaran sus MP3, él las escuchaba y a partir de ahí, incluía en sus compilados las canciones que más le gustaran.

El público y otros programadores están acudiendo al criterio de otros curadores y al propio network para aproximarse a la actual sobre-oferta. La figura de John Peel como gold-digger y descubridor de talentos quedó descentralizada en muchas figuras que están haciendo los hallazgos relevantes en la música, desde fanáticos influencers en las redes sociales, hasta programadores de foros para tocar en vivo: es más sencillo escaparse una noche al Bahía Bar o al Imperial para el encuentro fortuito con una banda, que ponerse a escuchar demo por demo, o darle clic a cada link que llega por un mention. La figura del A&R en una disquera (el puesto de ‘Artist & Repertoire’, con el rol de descubrir bandas, profesionalizarlas y empaquetarlas para el mercado) también está debilitada; ellos mismos recurren a toda una serie de informantes que están delante de ellos en la cadena de descubrimientos. El locutor de radio tampoco está muy adelante en esa misma cadena: sólo cuando la espuma del hype llega a su nivel, es que se atreve a mencionar al grupo. Pocos se arriesgan a ensuciarse las manos, en busca de encontrar pepitas de oro.

La música se está publicando en un estado que si bien no es de maqueta (sino de sencillo terminado), aún le falta “cocinarse”. Estamos escuchando música que, escudada en el DIY, sigue cruda o en proceso de mejoramiento. Los Blenders, Hawaiian Gremlins y O Tortuga están chidos, pero tienes que haberlos oído en vivo para realmente contagiarte de su onda. Al escuchar sus rolas de estudio, sus propuestas muestran mucha energía y potencial ingenio, pero aún son diamantes en bruto. Lo que ahora escuchamos como “sencillo” no necesariamente está terminado, y no necesariamente dista en calidad de las grabaciones primigenias que las bandas estaban entregando como un demo, hace 15 años o más. A esto añadimos que recibimos “sencillos” que no necesariamente son parte de un disco, sino parte de un proyecto que se desarrolla a lo largo de varios años, como el de Los Macuanos, que durante 4 años tocaron en vivo y lanzaron canciones espontáneas, hasta que, después de atravesar por varios filtros, finalmente tuvimos un disco en 2013: El Origen, ya editado en Nacional Records en Estados Unidos. Para este entonces, los especialistas ya lo conocían casi en su totalidad.

Cada uno de los filtros curatoriales tiene que ser más estricto, de manera que no se cuele música inmadura. El criterio es bajo. Y en ocasiones, si un filtro permite que algo se muestre, otros lo replican y lo convierten en un fenómeno que no tiene verdadero sustento: en varias ocasiones, me ha tocado atestiguar (y ser parte de la confabulación de) espejismos al estilo de la fábula de El traje nuevo del emperador.

No hay duda de que a todos se nos ha facilitado la chamba: los músicos tienen mucho más margen de cometer errores al grabar (a diferencia de los formatos en cinta, cuando los músicos tenían que pensársela dos veces antes de confiar en la existencia de una segunda toma) y los editores/programadores/curadores nos hemos acomodado a las mañas de la cultura digital, tomando posturas a los primeros 30 segundos de una canción, como si la estuviéramos descubriendo en iTunes. Las prácticas en torno a la música se han adelgazado, esto no es ni bueno ni malo, pero todos hemos contribuido a que, de buenas a primeras, estemos tomando a la música como un plato de acompañamiento y no como el plato principal. La estamos consumiendo como si fueran papas fritas.

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