“Voy tarde, prepárate ‘La Ciudad de la Furia’”, le dice Miguel Solís por teléfono a uno de sus compañeros en la estación RMX, el locutor está nervioso por el programa de radio (al que llegará un poco tarde) y emocionado por hablar de su perspectiva de los conciertos masivos en los noventa y el festival que este año cumple 15 ediciones: el Vive Latino.

“Cuando tienes 14 años y estás en la secundaria con ese Ché Guevara que todos llevamos dentro, es muy motivante saber que se están tratando de defender situaciones que en este país de repente parecen indefendibles”, comenta Solís al recordar esa mañana de enero cuando junto a su familia se enteró del levantamiento del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional. Antes de que el nombre y la voz de Miguel aparecieran en estaciones como Órbita, Reactor o Interferencia, ya era un fiel seguidor del “Rock en tu Idioma”, fenómeno que le tocó vivir con los oídos y asombro de un adolescente: “A finales de los ochenta aparecieron Caifanes, Maldita, Los Amantes de Lola y Fobia (entre otros). Era el surgimiento de esfuerzos que no necesitaban grandes carteles en las calles y no tenían presencia en Siempre en Domingo o estaciones de radio. Se convirtieron en un elemento de pertenencia bien interesante porque te hacían sentir parte de algo muy grande”.

Al igual que otros jóvenes de mediados de los noventa, Miguel se enteró de los masivos por una propaganda que algún compañero llevó a su escuela. “El primero al que acudí fue en el Estadio de Prácticas de CU, era un espíritu de unidad y creo que iba más allá de las comunidades chiapanecas; se trataba de entender a la parte marginada, a los que no tenían voz”, recuerda Solis antes de citar a Marcos:

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Las palabras del sub comandante y el espíritu zapatista cambiaron la perspectiva de Miguel y de buena parte de su generación, “fue un gran momento de concientización en el que empezabas a voltear a ver a los de alrededor con una cara diferente”. El futuro locutor de radio se unió a la causa de los conciertos ofreciéndose para acomodar y empaquetar los kilos de frijol o arroz, inspirado por el esfuerzo de otros jóvenes, mayores que él, que ya llevaban un sexenio levantando la voz en diferentes manifestaciones.

Jóvenes como Inti Muñoz, quien hoy en día se desempeña como Director General del Fideicomiso del Centro Histórico de la Ciudad de México:

Ninguno de los entrevistados de esta serie, hasta ahora, había calificado de “vandálicos” algunos de los actos que se daban durante los conciertos masivos, pero la memoria de Miguel como asistente tiene bien registrados los momentos en que la lucha por libertad se convertía en libertinaje. “En algunos presencié quema de llantas y reclamos contra el gobierno que no tenían tantas bases ideológicas, pero ese fenómeno lo seguimos viendo cada año en las marchas del 2 de octubre ¿no?, sujetos ignorantes de los acontecimientos del 68 que salen únicamente por echar desmadre”, afirma Miguel, quien nos compartió otra perspectiva única: el concierto puente entre los masivos y el Vive Latino.

Un puente a 30 años del 68

En 1998 se realizaron varias actividades para conmemorar la masacre de Tlaletolco a tres décadas de distancia. Una de ellas fue la realización de un concierto en el Foro Sol con un cartel similar al de los eventos realizados en CU desde el 95, incluso se recolectó ayuda humanitaria para comunidades chiapanecas: el tema del EZLN estuvo presente. Pero a pesar de la presentación gratuita de bandas como Jaguares, Los de Abajo, Santa Sabina, Maldita Vecindad, Panteón Rococó y otras 15, el evento titulado “A 30 años” no rebasó los 12 mil asistentes (se esperaban 50 mil) ni generó ruido en la prensa. El único artículo en línea que se puede encontrar sobre este concierto incluye las siguientes reflexiones:

“…los organizadores (delegación Coyoacán) lamentaron que ‘no hubiese una respuesta de envergadura para un concierto de amplio significado popular’. De acuerdo con Mario Núñez, coordinador de Asesores de la mencionada demarcación, fueron diversos los factores que incidieron en la escasa respuesta del público: por un lado, ‘pecamos de optimismo, creíamos que la capacidad de convocatoria de Chiapas y del 68 era suficiente y quizá la gente estaba saturada del 68. Por otro lado, la ayuda a damnificados se pervirtió desde que la asumió el gobierno federal. Entonces, hay dos situaciones de descrédito’.

Otros factores que reconoció Mario Núñez fue que ‘el número de grupos fue excesivo’, además de que ‘había una cierta inexperiencia en el manejo del show business’. Aún cuando prefirió no revelar por el momento a qué intereses se refería, Núñez dijo que la lección que deja la experiencia es ‘que tenemos que pasar a la defensa de los eventos democráticos, de tal forma que los intereses privados no se sobrepongan a los intereses públicos’. Para eso hay que hacer una revisión, como señala el programa de gobierno del Distrito Federal, de los espacios públicos”.

La Jornada San Luis, 2 de noviembre de 1998.

Los recuerdos de Solís sobre aquel festival intermediario entre dos generaciones de conciertos, coinciden con lo descrito en el artículo: “este show se da meses antes del Vive, utilizando las instalaciones del Foro Sol para que después llegáramos a un festival que reunía los masivos pero los profesionalizaba”, afirma el locutor; “de repente hay gente que puede decir ‘es que empezaron subir los precios’ o ‘empezó a convertirse en un asunto capitalista’, pero al final era algo que la escena necesitaba”.

Para 1998 el rock mexicano ya llevaba una década de resurgimiento: las mentes conservadoras ya estaban lo suficientemente relajadas como para soportar la existencia de una banda como Molotov y el Instituto Mexicano de la Radio llevaba tres años con una emisora que tenía como bandera “defender el rock nacional”, Órbita 105.7, misma en la que Miguel Solís debutaría en los micrófonos.

“Se había visto que esto era un negocio con gigantes mercadológicos detrás, pero sin dejar de unir a bandas latinoamericanas para hacer música y demostrar lo que está sucediendo a su alrededor”, Solís defiende el origen del Vive Latino como un evento que no se cerró al interés comercial únicamente, sino como un acontecimiento que ayudó a impulsar algo más valioso:

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La balanza de opinión sobre el Vive Latino tiene su contrapeso en las declaraciones de dos personajes que participaron en el desarrollo de los conciertos masivos en los noventa, obtenidas en esta misma serie especial de Música con Pasamontañas:

Pati Peñaloza es periodista de rock y columnista de La Jornada, además es la cantante del grupo Los Licuadoras

Poncho Figueroa es artífice del movimiento “Rock en tu Idioma”, fue bajista y motor creativo de Santa Sabina y actualmente es integrante de Los Jaigüey.

Ambos se han presentado en el Vive Latino con sus respectivos proyectos musicales y su perspectiva parece hacerle justicia a la esencia de los eventos masivos; pero el director del festival desde su concepción, Jordi Puig, considera que aunque la forma y objetivos de la producción han evolucionado, los conciertos de mediados de los noventa siguen siendo antecedentes directos del Vive porque se ha mantenido el mismo espíritu:

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Miguel Solís está consciente de ambas perspectivas y ha generado una síntesis personal: “La protesta en el Vive Latino ya no es el objetivo, ahora es más musical, aunque se siga dando este fenómeno”. El festival sigue siendo un buen pretexto para la manifestación social, pero vivimos en un mundo donde las concentraciones de gente ya no dependen del espacio físico; se encuentran reunidas constantemente en redes sociales, donde quien quiera puede informarse y hacer un llamado a la acción.

Un nuevo discurso musical y social

El nuevo milenio llegó con un cambio radical en la manera de pensar en las bandas y la sociedad. Solís recuerda que en los noventa el discurso era “el gobierno tiene que hacer los cambios, nosotros tenemos que exigirlo porque nosotros ponemos al gobierno”; pero para la primera mitad de la década pasada, ocurrió el crecimiento de escenas independientes que no esperaban a que alguien les ayudara, hacían y eran el cambio. “Antes, levantar la voz se lo dejábamos a los grupos de rock porque eran los únicos que podían convocar e informar fuera de los medios tradicionales, pero hoy esos interlocutores no necesariamente tienen que ser las bandas”, asegura Solís, confirmando su confianza en las redes sociales y sus posibilidades.

Antes de partir, Miguel nos comparte unas palabras que parecen ensayadas, pero en realidad se trata del talento de un locutor para comunicar el espíritu de un jovencito de 1994 que ha recorrido 20 años  para entregarnos la siguiente información:

“Antes la conversación se levantaba con un ‘a huevo’, ahora la conversación se hace con ‘Likes’ y publicaciones. Los grupos sí tienen que seguir con el compromiso, pero ahora también es de quien está leyendo y escuchando esto: ustedes también tienen que tomar una postura. Porque la voz ahora no es de pocos, la voz de los “sin voz” es responsabilidad de todos”.

Esperamos que “La Ciudad de la Furia” haya sido lo suficientemente larga para disfrazar los minutos que tardó Miguel en llegar a la cabina, donde seguramente seguirá transmitiendo este conocimiento y experiencia a las nuevas generaciones.

FotoxDaniel Patlán