La legendaria Patti Smith.

La legendaria Patti Smith.

Por: @diegoyellobo

Tres momentos de Patti Smith

El primero:

Patti está sentada en el sillón de algún cuarto de hotel, o tal vez sea un backstage, la cámara está filmando y ella le pregunta a Steven Sebring, el director, si alguna vez vio Don’t Look Back. La respuesta es negativa y Patti se sorprende en un tono cómico, repite la pregunta, como si no pudiera creer que la persona que está grabando su documental nunca vio esas imágenes de Bob Dylan en blanco y negro, que tanto han significado y cambiado de significado para ella desde que era una niña de veintiuno recién llegada a Nueva York. Entonces se levanta y empieza a contar la historia de cómo cuando era joven siempre imitaba a Dylan a la hora de parar un taxi, justo como él lo hacía, sin ganas y con pena, como alguien que no está acostumbrado a parar sus propios taxis.

Es impresionante lo bien acomodados que Patti Smith siempre ha tenido a sus ídolos. Esa anécdota de imitar a Dylan, la cuenta como quien se burla de un amigo. Y sí, a esas alturas ya eran muy cercanos, pero el punto es que para ella, es como si siempre lo hubieran sido, desde antes de esas tardes en las que estiraba el brazo de regreso del trabajo y se acordaba de Bob, a quien veía seguido en las portadas y conversaba con él en acetatos que giraban toda la noche.

Tengo la sospecha que mientras crecía, escuchaba discos y leía libros en Nueva Jersey, sus héroes nunca eran algo externo, sino siempre parte de ella. En vez de proyectarlos como un objeto inalcanzable, los sumergía dentro su espíritu, de manera real… Tangible. Una vez dijo en una entrevista que Rimbaud era como su novio de adolescente. No hay una imagen más clara que esa. Incluso a la hora de fantasear, para Patti no se trataba de un simple crush lejano, sino de una relación en la que convives y conoces al otro sujeto.

Mientras leía Una temporada en el infierno, Rimbaud llevaba setenta años muerto, pero muchos otros de sus ídolos ahí andaban, cerca del Chelsea Hotel y la estaban esperando.

El segundo momento:

Principio de los setenta, Patti Smith ya vivía en el cuarto 204 con Robert Mapplethorpe. Un día Sam Shepard –novio en aquel entonces, colaborador y actual amigo- le regaló una Gibson acústica de 1930. Patti escribía poemas y canciones pero, a lo mucho, tocaba dos acordes en la guitarra. La vieja Gibson sólo estaba afinada cuando algún conocido que sabía tocar iba de visita.

La técnica y el talento nunca le preocuparon mucho a Patti. No era nada entonada, tampoco mejoró mucho en la guitarra, pero siempre supo lo que hacía, nunca dudó arriba del escenario. Tenía a Lenny Kay y a Ivan Kral manteniendo el ritmo, y de pronto en alguna noche de 1975, cuando Patti llevaba, si acaso, un año de tocar en el CBGB y el circuito de bares de Manhattan, Bob Dylan aparece en la audiencia a la mitad de una tocada. Ella dice que lo sintió en el cuarto sin verlo, y al final del concierto Dylan va a los camerinos y la saluda. Se conocen y se abrazan. Y alguien les toma esta foto:

Patti Smith 1

Sí, parecen viejos amigos. De cierta manera lo eran, y no dudo que Patti haya estado nerviosa, pero ella no cambia, le devuelve la sonrisa, es la misma que lo imitaba al parar taxis. De pronto, ya está en medio de todo con lo que siempre soñó, pero actúa de la única manera que sabe: siendo ella. Antes de esa noche, Allen Ginsberg ya le había invitado una comida en un encuentro fortuito en una cafetería. Se había topado a Warhol, le había escrito una canción a Janis, y pasado tardes enteras con Gregory Corso. Había recogido borrachos del lobby del Chelsea y creado arte de la manera que fuera posible, hasta que casi por accidente encontró una respuesta en el rock and roll. Después de esa noche, en algún día cansado e incierto, recargaría su mente en las piernas de William Burroughs. Una imagen tan apropiada y un sueño tan familiar que cuando llegó el momento no pareció extraño.

Patti Smith 2

Siempre fue una de ellos, siempre se supo artista, y eso es exactamente lo que es. Más allá de ser escritora, cantante o poeta, lo que Patti hace es vaciarse, transmitir emoción cruda al instante, sin cuestionar. No se pasa demasiado tiempo definiendo nada, sólo lo hace, se da… En gritos, frases y momentos que no pretenden nada más que ser, y golpean de la manera más directa, honesta, hermosa y agresiva. Todo al mismo tiempo. No se contiene, pero todo el tiempo está en control. Y eso era el punk en su estado más puro. Antes de que existiera la palabra.

El tercero:

31 de diciembre de 2011 en Nueva York, concierto de Patti Smith y su banda en el Bowery Ballroom. En los aplausos entre una canción y otra aparece Michael Stipe como invitado, con barba canosa y un gorrito de marinero se acerca al micrófono. Patti sonríe, le planta un beso cariñoso en la mejilla y se escurre hacía un costado del escenario, donde el spotlight ya no alcanza a alumbrar.

La banda empieza a tocar “Wichita Lineman” y Stipe la canta mientras Patti mira y escucha de lejos, con los brazos colgados como una niña, admirando a su amigo trece años más joven, que algún día formó parte de una escena que ella influenció, en la que ella era el ídolo y los adolescentes soñaban con conocerla. Durante el solo de guitarra los dos comienzan a bailar vals, tomados de la mano como Patti se imaginaba bailando con Rimbaud. El círculo de los ídolos se completa, o se anula tal vez. Entran tarde a cantar las últimas líneas de la letra, Patti le da otro beso y se quedan inmóviles tomados de la mano mientras la canción se desvanece.

En el mundo de Patti Smith los ídolos son de carne y hueso, se pueden tocar e influenciar. No ocupan ninguna posición de poder o superioridad. Son amigos, maestros, aprendices y da igual si son famosos o no, si están vivos o muertos, porque lo que importa es lo que producen dentro de ella, todo aquello que pueda transformar en conocimiento, belleza y sentimientos reales. Eso es el valor que los determina. Y en el camino ella cambia, pero nunca actúa.

Hay un chiste de Pearl Jam –otros amigos de Patti Smith- en el que Eddie Vedder le pregunta a un reportero “¿cuántos miembros de Pearl Jam se necesitan para cambiar un foco?” El reportero se rinde rápido y entonces Eddie se levanta y exclama: “¿Cambiar? ¿Cambiar? ¡Nosotros no vamos a cambiar por nadie! ¿Me escuchas? ¡Por nadie!”

Pues eso es. Lo mismito aplica para Patti Smith, tan sólo que ella nunca se lo ha tenido que explicar a nadie.