Es complejo el entender lo que sucede en un escenario y todos sus alrededores, cuando si lo analizamos, pasamos gran parte de nuestro tiempo parados frente a uno.

Como público, asistimos a festivales como si nada y disfrutamos (o no) de permanecer horas bailando, brincando o simplemente esperando a un acto tras otro acto.

Como si de alguna u otra forma, se “normalizara” el ver un show…

Pero de repente hay conciertos en los que todo cambia. Todo comienza a hacer sentido y el escenario, es en realidad un templo, un palacio lleno de luces que se coordinan entre sí para deslumbrarnos y recordarnos la grandeza frente a la que estamos parados.

Porque ir a un concierto es un escape, una comunión. Un todo.

Creo que a pesar de haber disfrutado varios shows de los que he visto este año, y definitivamente tener a Belafonte Sensacional como una de las mejores bandas en ofrecer un live en el país, hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto de un concierto como el de Miles Kane.

¿Por qué el show de Miles es tan superior al de otros proyectos siendo uno tan básico y sencillo?

Creo tener la respuesta y es que Kane, disfruta lo que está haciendo al 100%.

Si sube o no en estado de ebriedad, si el público conecta o no con lo que está haciendo, el tipo está viviendo una vida de rockstar por la que trabajó muchos, muchos años.

Tienes sus pantalones apretados, sus playeras sin mangas, su guitarra bien puesta y un escenario sobre el que camina.

Si el equipo funciona y el show comienza, ¿qué más se puede pedir?

Y es que es el dominio. El dominio que se posea en el escenario. El dominio que proviene de una sin vergüenza absoluta o un desinterés total, haciendo de la experiencia algo mucho más orgánico, así como el dominio de quien controla todo lo que le rodea y con ello, te controla a ti como si fueras una marioneta…

Fácil adivinarlo, ¿no?

Por supuesto que me refiero a Howlin’ Pelle Almqvist,una obvia eminencia en el mundo de la música cuya experiencia como frontman, es igual a la de un cirquero o director de orquestra.

The Hives, fue por mucho uno de los “teloneros” menos “teloneros” que he visto en mi vida.

Mientras que Kane definitivamente no aportó más allá de un “gran show”, The Hives me hizo pensar por un minuto que por completo los había ido a ver a ellos.

¿Nuevas canciones? ¿El tipo hablándome en español y dándome órdenes?

Yo no sé si así lo tenían planeado, pero creo que en muchos aspectos, tenías que ser ultra fan de los Arctic para no considerar que The Hives se robó la noche.

Y es que sacando el elemento de “nostalgia”, The Hives no sólo nos regresó a las épocas de Veni Vidi Vicious’ o del ‘Black & White Album’, la banda aportó y ofreció algo nuevo. Demostró que su show es increíble, que su dominio es absoluto, que podían hacernos sonreír con sus “clásicos” pero también sacarnos de nuestras mentes con sus nuevas canciones.

Eso, para mí, es dar un espectáculo, no simplemente un show. Y de verdad que creo que The Hives se adueñó de la noche…



Y al final, lo que todos estábamos esperando…

Arctic Monkeys y la promesa de que tocaran no tanto su nuevo disco, y sí más de las canciones que nos enamoraron.

Con una poderosa introducción cortesía de “Do I Wanna Know?”, los cimientos del Foro Sol comenzaron a vibrar no gracias a las frecuencias que emanaban del escenario, sino a los gritos, los coordinados golpeteos con los pies que la gente comenzó realizar al momento de tener a la banda enfrente.

Las luces cegaban; los cuerpos chocaban en un coordinado ballet de emociones mezcladas que se aderezaban con los gritos y los llantos que recorrían el lugar.

Si uno estaba arriba, podía ver cómo un jardín de luces (producto de los celulares levantados), nacía de entre el público que también aventaba cerveza y parecía emular el festejo de cualquier carnaval de antaño.

“Brainstorm”, “Knee Socks”, “Dancing Shoes”, además de otros clásicos como “Teddy Picker” y “I Bet That You Look Good On The Dancefloor”, prácticamente mantuvieron al público en un frenesí al que yo describo como “estático” (aunque ambas palabras se contradigan), ya que en muchos aspectos el setlist le tiró a la segura.

¿Faltaron clásicos? Sí, muchos. Pero, ¿se les extrañaron? Ahí creo que la respuesta es no… El concierto fue impecable.

Tras recorrer su última producción de estudio, ‘Tranquility Base Hotel + Casino’, el regreso de Arctic Monkeys a México trajo consigo un emotivo regreso a ‘AM’ y al 2013, el cual terminó por cerrar el concierto con una potente despedida a nombre de “R U Mine?”.

¿Conclusión? No es verdad que “las guitarras ya no están de moda”. Tampoco es verdad que el “rock” es mejor que el “reggaeton” o el “hip-hop”.

No es verdad que existe una guerra estilo “Rock Vs. Pop”, porque caer en eso, es caer en una caja de pensamientos idiotas que necesitan compararlo todo para auto-validarse.

¿Saben qué sí existe?

7.6 billones de seres humanos en este cabrón planeta, y hay música, géneros, ritmos, guitarras y secuencias para todos y cada uno de ellos.

Existan y dejen de existir. Es música, disfrútenla.