Quiero iniciar este texto aclarando lo siguiente:

Hasta el momento, no se ha confirmado que la persona reportada como fallecida en las instalaciones del eco-parque natural “Las Estacas” (el fin de semana pasado del 15 al 17 de febrero durante la celebración del carnaval de Bahidorá), haya tenido una sobredosis momentos antes de perder la vida en el río del lugar.

Sin embargo, todo este desafortunado suceso ha en efecto abierto el debate para una complicada pregunta:

¿Hasta dónde llega la responsabilidad de un festival, entorno al consumo de drogas de sus asistentes?

Y más que eso, ¿hasta dónde tienen ellos responsabilidad como promotores/productores y hasta dónde tenemos nosotros responsabilidad como asistentes y humanos de nuestra propia seguridad?

Ojo aquí, el tema es complejo. Por ahí he leído que muchos están defendiendo al festival porque tienen amigos en la producción, mientras que otros más resentidos hacia el evento, han aprovechado para despotricar en su contra, hablando de que si la seguridad de este año fue o no lo suficientemente buena.

De eso no va mi texto. Bahidorá sólo es el punto de partida a una pregunta que me estuve haciendo durante todo el camino de regreso a casa:

“Si yo me muriera por una sobredosis, ¿de quién sería la culpa? ¿Del festival o mía?”

Termino de escribir dicha pregunta y me auto-contesto: “Obviamente sería mía”. ¿Por qué? Porque el festival no me invitó a consumir sustancias ilegales. Mucho menos me las proporcionó o facilitó dentro de sus instalaciones.

Carajo, incluso realizan esfuerzos para que los equipos de seguridad identifiquen y capturen a puntos de venta dentro del evento (cosa que yo he visto) para privarlos de toda sustancia ilegal que traigan con ellos.

En conclusión: si me drogo en un festival, es decisión mía. Y dicha decisión, conlleva en automático una responsabilidad, la cual, debo asumir en todo momento.

Sin embargo, y no me dejaran mentir, no se siente como si la vida fuera tan fácil, ¿verdad? No se siente como si yo me muriera, el fin del asunto quedaría ahí y el siguiente año el festival pudiera desarrollarse con normalidad.

Quedan muchas cuestiones donde la pregunta se mantiene abierta:

Si los asistentes no son responsables de su seguridad, ¿hasta dónde el festival mismo tiene que serlo por ellos?

Me parece algo infantil culpar a los cuerpos de seguridad de un festival o evento por el consumo de drogas de la gente dentro del mismo. Es como golpearse a uno mismo en la cara y luego publicar en Facebook:

“No había suficientes cuerpos de seguridad para detenerme de hacerme daño a mí mismo. ¡Qué irresponsables!”

¿De verdad?

Viviendo en una época en la que el narcotráfico ha azotado de maneras tan intensas a nuestro país y sociedad, mientras que al mismo tiempo plataformas de streaming y películas glorifican a los narcotraficantes detrás, creo que atravesamos una paradoja de discurso en la que sabemos que está mal consumir drogas, pero aún así romantizamos su consumo además de que completamente ignoramos los estragos físicos que esta pueda tener en nuestro cuerpo.

Entonces, si nosotros como asistentes no tenemos la responsabilidad de cuidarnos, ¿por qué un festival sí?

La oferta es clara: producción de conciertos y actividades en un espacio de tiempo determinados.

Si a eso le sumamos que el festival tiene puntos de seguridad en la entrada, cateos dentro del mismo, y además cuerpos de vigilancia que están constantemente revisando qué sucede en el interior del evento, entonces ¿qué más puede hacer el festival si los asistentes están ingresando drogas y consumiéndolas adentro?

Porque meter drogas a un festival implica lo siguiente:

1.- Compra de una sustancia ilegal.
(Lo cual, según el Código Penal, se castiga con diez a veinticinco años y de cien hasta quinientos días multa).

2.- Introducir una sustancia ilegal a un espacio recreativo en el cual, claramente el reglamento ha estipulado que dichas sustancias NO SON PERMITIDAS.

Y de nuevo, por más que lo pienso y lo pienso no puedo evitar sentir que un evento, espacio o venue, pueda cargar con la completa responsabilidad de que los asistentes propicien el consumo de drogas dentro de sus eventos.

Y regresando a Bahidorá…

De nuevo, si el ahora occiso consumió o no drogas durante el festival, NO se ha confirmado. Es muy diferente que medios asuman cosas y en una de esas “le atinen”, pero hasta que no se confirme, me parece irresponsable asegurarlo.

Lo que sí, el festival debió actuar con mayor rapidez y precisión. Cerrar un área determinada por completo, evacuar a las personas a dos espacios determinados dentro del festival y manejar todo de manera muy respetuosa. No solamente esperarse a que el público se fuera y que la gente fiesteara en en medio de una situación de este calibre.

Pero de nuevo, “el festival” no es un ente; no es un robot. Son humanos y personas de las cuales, desconozco su salud mental y emocional, por lo que juzgar su reacción frente a una muerte, me rebasa.

Aunque en efecto, como personas dentro de un negocio, la respuesta pudo y debió haber sido mejor.

Sin embargo, sí debo admitir:

¿Cómo le comunicas a más de 10,000 personas que alguien acaba de perder la vida en medio de un festival?

¿Cómo detienes todo un festival?

Seamos honestos, si Bahidorá hubiera tomado esa decisión, habría miles de personas pidiendo reembolsos. La conversación en redes apuntaría a un “¡No es mi culpa que alguien se haya accidentado! Devuélvanme mi dinero”, así que los discursos moralinos y cómodamente “superiores” respecto a este tema, están demás.

¿Qué es lo que podemos hacer?

Una reflexión. Entender que hay consecuencias y comprender que dichas consecuencias pueden cobrar vidas humanas.

Y creo que la pregunta final sería:

¿Qué tan maduros y responsables somos como para ir a un festival de música?