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Hetfield, Hammett, Trujillo y Ulrich llegaron en Polars, automóviles diseñados para cruzar los inhóspitos terrenos de la Antártida. Un discreto domo, ubicado en el helipuerto de la base argentina Carlini presenciará el concierto más extremo jamás imaginado por una banda de rock. La cubierta es transparente, deja ver el paisaje: glaciares, montañas cubiertas de hielo, una playa habitada por leones marinos y pingüinos. Personal de las bases científicas cercanas se arremolinan, llevan banderas fabricadas con logotipos de Metallica, es lo más interesante que le ha ocurrido a la región en meses. La banda más grande de heavy metal tocará en su territorio. Tomaron zodiacs para arribar a Carlini: el concierto de Metallica está por comenzar.

Horas antes, la tripulación del Ortelius salió de excursión. Su destino fueron los hielos antárticos, a pasar el tiempo después de cuatro días de anclaje. Toda expedición es un acontecimiento: hay posibilidad de ver fauna endémica, aves, focas, pingüinos. La prensa es conducida a un opening act. Los científicos de Carlini han preparado una serie de actividades artísticas: un coro silente (que consiste en los investigadores volteando papeles en la bahía que dicen “CARLINI” después de una anticipación fastuosa: todo un happening) y un científico guitarrista que toca canciones de Pappo (un músico argentino de alta relevancia para el “rock nacional” del país) a través de los auriculares que en unas horas servirán como vehículos del concierto más importante en años en el orbe.

Las horas transcurren lentas. Metallica realiza pruebas de sonido en el domo construido exclusivamente para ellos y su concierto extremo. Al mismo tiempo, fans y medios aguardan impacientes en el Ortelius. Faltan minutos para el concierto de la banda en la Antártida, los minutos transcurren líquidos.

Al desembarcar en los zodiacs, la tripulación del Ortelius se encuentra con una marabunta. Personal de todas las bases cercanas han llegado a Carlini. Se enteraron del concierto de Metallica. El concierto, pensado para ser de unos cuantos, se ha convertido en un acontecimiento antártico. Una larga fila aguarda para ser provista de auriculares. El concierto será “silencioso”. Poco advirtieron los pingüinos y las focas que la batería de Lars Ulrich y los gritos de los fanáticos harán un eventazo en la isla King George.

Hay cámaras y camarógrafos colocados estratégicamente dentro del domo que resguardará a Metallica y a sus fanáticos del frío polar. Aparecen James, Robert, Lars y Kirk. Todos con ropa térmica y auriculares. Arrancan con “Creeping Death”. Es un concierto de heavy metal en la Antátrida. Será transmitido para todo el mundo, y, la larga espera del Ortelius, la intensa experiencia en el pasaje Drake han pagado a los asistentes, con creces. Los fanáticos de la banda están menos de medio metro de sus fans. Es el concierto más extraño, y al mismo tiempo el más íntimo en la historia de la banda. Un recital silente, íntimo, apretado: la misma experiencia para la banda que para los fans. Nadie, nunca, imaginó que fuera así.

La hora y media que dura el show, se siente como cinco minutos. “For Whom The Bell Tolls”, “Sad But True”, “Welcome Home (Sanitarium)”, inclusive tocan “Blackened”. El concierto es transmitido para todo el mundo, pero somos pocos los que lo presenciamos en directo. Es imposible describir con palabras lo que ocurre en el domo. Sin auriculares suena la batería de Ulrich y los gritos de los fans, con los audífonos, la mezcla es impecable, del lado izquierdo suena la guitarra de Hetfiled, y del derecho la de Hammett. El bajo de Trujillo completa la ecuación. “Master of Puppets” como nunca había sido interpretada: dura, épica y a unos centímetros de los fanáticos latinoamericanos más aguerridos. El domo en el helipuerto es un pandemonium. La temperatura deja de ser un impedimento. El domo se convierte en un pequeño ecosistema: armónico, feliz, perfecto.

Metallica rompe una frontera más, y los presentes vivimos una de las experiencias menos inesperadas. Es Metallica en la Antártida. Es Metallica a metros de distancia. Es Metallica en un concierto silente, que resulta en un a capella del público (que se sabe todas las canciones de memoria) y la batería de Lars.

Es historia. Es indescriptible. Es magia. Es todo lo que esperábamos y más.

Metallica rompe una frontera más. Su música trasciende estereotipos y paradigmas.

Hoy, el Ortelius está de fiesta. Todos: banda, fanáticos, marca, medios, sabemos que hemos sido testigos de un evento sin precedentes.

Metallica lo hizo de nuevo.