Qué lejos estamos de casa, Alex…

Comenzaré este texto con una declaración muy directa: Arctic Monkeys no entregó absolutamente nada que no prometiera.

Pocos discos son leales al nombre que se les otorga, y para poder bañarse y entender correctamente a ‘Tranquility Base Hotel & Casino’, tenemos que ir mucho más allá del acto de ponerse audífonos y escuchar canciones; es preciso conectar con la imaginación y dibujar en nuestras cabezas un auténtico hotel de luces bajas con pasillos angostos, en el que Alex, Nick, Matt & Jamie pasaron tiempo viviendo (algo así como en el hotel de The Shining), para adentrarse no hacia las memorias o entrañas de la banda, sino para desprenderse de estas mismas y comenzar un sigiloso camino hacia el futuro.

Como bien lo mencionaba Turner, el camino hacia este nuevo álbum fue uno que no necesariamente se conformó de todas las piezas habituales de la banda. Dígase pues, que si esto no nos suena a un disco “tan” Arctic Monkeys es porque en realidad, no estaba planeado como un disco de Arctic Monkeys; ‘Tranquility Base Hotel & Casino’ comenzó como un set de canciones personales de Alex Turner quien, eventualmente, invitaría a los demás a recorrer dichas producciones para comenzar a crear algo más estructurado y acorde a la banda.

Sin embargo, eso no significaba que por omisión, el disco tendría que sonar a la banda. Al viejo Arctic. A las raíces de ‘Whatever People Say I Am, That’s What I’m Not’, o a la rebeldía redescubierta del ‘AM’.

‘Tranquility Base Hotel & Casino’ es madurez necesaria. Madurez que se mira y escucha en la cadencia de las guitarras con fuzz en “Golden Trunks” y los melódicos sube y bajas liderados por el piano.

‘Tranquility Base Hotel & Casino’ es madurez implícita. Madurez que se siente y se lee en poderosas frases como “I must admit, you gave me something momentarily in which I could believe…” en “Science Fiction”, donde a diferencia de los juveniles coqueteos de otras canciones, se entiende el romántico cinismo con el que las líricas se desenvuelven, generando mágicos momentos con los que si los años y el desamor te han pasado encima, sólo precisas de un buen trago, un tiempo de reflexión y un momento para respirar y seguir adelante.

Sin sufrimientos. Sin dramas. Sólo tranquilidad y la promesa de juntar tus fichas para seguir apostando en tu día a día. 

¿La conclusión?

Sí, el álbum es diferente. Nos salimos de la guitarra y voz de Alex Turner liderando las canciones, para transportarnos al piano y a la batería de Matt Helders quienes sin lugar a dudas, toman la batuta y nos dibujan todo el entorno de este hotel galáctico situado en los 70.

¿Las influencias?

No me atrevería a mencionar nombres de afuera, sino más bien a las diversas facetas por las que Turner (quien escribió el disco), ha atravesado.

Desde el inocente niño que solamente buscaba ser como uno de los Strokes (“Star Treatment”, opening-track del álbum) hasta el rockero despreocupado pero ahogado en estilo que pretendía en las épocas de ‘AM‘ (“One Point Perspective”).

Conforme el desarrollo de los tracks se va presentando, Turner nos abre las puertas a más aspectos personales como sus momentos más humillantes y terribles (“American Sports”), así como su constante lucha con la ansiedad y los miedos personales (“Golden Trunks”).

Sí, estamos muy, muy lejos de casa. Pero la distancia es buena siempre y cuando nos lleve a mejores horizontes y a una nueva etapa.

Dense por acá lo nuevo de Arctic Monkeys, un viaje al pasado/futuro de Turner, en un presente muy distinto al que nos habíamos esperado de la banda.