Texto: Marisol Martinez

“¿Qué importan los indios?; pero del mismo modo, ¿Qué importa el Imperio? ¿Por qué llamar míos este suelo, esta mujer, estos niños? He engendrado esos niños, están ahí; la mujer está a mi lado, el suelo bajo mis pies: no existe ningún lazo entre ellos y yo. Así piensa el Extranjero, de Camus: se siente extranjero en el mundo entero que le es completamente extranjero. Frecuentemente, en la desdicha, el hombre renuncia así a todas sus ataduras. No quiere la desdicha, trata de huirle; mira en sí mismo: Ve un cuerpo indiferente, un corazón que late con ritmo igual, una voz dice: ‘Existo’. La desdicha no está ahí. Está en la casa desierta, en ese rostro muerto, en esas calles” .

‘¿Para qué la acción?’, Simon De Beauvoir. 

De Beauvoir ya lo había profetizado muchas lunas antes de que el cuerpo vulnerado de María Trinidad Mathus, mexicana de tan sólo 25 años de edad, fuera encontrado en Playa El Carmen en la localidad de Santa Teresa de Cóbano, Puntarenas, en el paradisiaco edén de Costa Rica. Mar había emprendido el viaje de su vida en soledad, quería descubrir el mundo, volverse una con el océano que tantas veces había sido su fuente de inspiración. A Mar se la tragó una ola de impunidad, misoginia, desdén, corrupción y violencia. Mar ya no puedo presentar el proyecto que había desarrollado bajo el nombre de Marmaid, no pudo tocarlo en vivo.

El feminicidio de María es producto de una sociedad indolente que efectivamente, se cree extranjera en su propia realidad, que se burla de los movimientos feministas, que continua compartiendo chistes machistas normalizando la violencia, que cosifica a las mujeres e invalida nuestra lucha, que nos dice “que a ellos también los matan” sin tener la menor idea del terror que significa caminar sola por la calle, de tener que apretar las llaves en la mano cuando te sientes en riesgo. De saber que la vida se te puede ir en un cerrar y abrir de ojos.

A Arantxa Gutiérrez López de 31 años de edad le arrebataron la vida un día antes que a Mar. Arantxa, originaria de Alicante, España, había emprendido el viaje a Costa Rica en compañía de su esposo y amigos quienes la describían como un ser bondadoso, lleno de luz, dispuesta a ayudar a cualquiera que lo necesitará. Quizás por eso Arantxa no dudó en regresarle el saludo a Albin Díaz, trabajador de un hotel quien horas después la mataría y dejaría su cuerpo vejado, con aparentes signos de asfixia y violación en un paraje en la localidad de Tortuguero.

El feminicidio de Arantxa es producto de la incapacidad de nuestras autoridades  de reconocer el peligro latente al que estamos expuestas día con día en nuestros espacios de trabajo, escuela, espacios públicos, e incluso, nuestro propio hogar. Arantxa murió porque su asesino no vio en ella a la bondadosa esposa y hermana, si no a un trozo de carne desechable, sintético, que uso y tiró porque podía, porque nuestro sistema judicial obsoleto y patriarcal lo iba a proteger. Porque después de llevarse la vida de Arantxa, quizás mañana decida llevarse la de alguien más si así le place.

Contar la historia de María y Arantxa mantendrá su llama viva entre nosotras, así como no dejamos que la de Lesvy Berlín se extinga, quién fue asfixiada con un cable de teléfono cuando su novio iracundo decidió amedrentarla, o Fatima Varinia de tan solo 12 años de edad, violada y apuñala más 90 veces por sus agresores. Tampoco nos olvidamos de Eivy Agreda a quien su acosador le rocío gasolina y prendió en llamas mientras se trasladaba en un bus quemando más del 60% de su cuerpo, o de Vanessa Pedraza, quien murió acuchillada por su pareja mientras otras veinte personas grababan el suceso sin intervenir para salvarla. Valeria Gutierrez de 11 años de edad fue violada y asfixiada en una camioneta de transporte público simplemente porque su padre no quería que se mojara con la lluvia y a Lucía Pérez de 16 años la drogaron, violaron y empalaron hasta que murió de dolor.

A todas la mató nuestra indiferencia, el machismo que nos corroe hasta lo más profundo, la normalización de la violencia hacia las mujeres, y aún en la tragedia, a muchas de ellas se les volvió a matar cuando se cuestionaron las razones de su fallecimiento. Porque iba vestida de tal forma, porque ya era muy noche, porque tenía fotos provocadores, porque viajaba sola.

¿Verdad que sí duele?

Nuestra lucha tiene nombres y apellidos, tiene madres desgastadas que no dan un paso atrás para esclarecer las muertes de sus hijas frente autoridades coludidas y corruptas hasta la médula, tiene familias intimidadas que tuvieron que renunciar a su vida para comenzar a construir otra lejos del insoportable dolor. Nuestra lucha está llena de miles de desaparecidas cuya historia ignoramos, pero que jamás olvidamos.

Sirena, Arantxa, hoy marchamos solidarizándonos con nuestras hermanas argentinas para que el aborto sea un derecho aquí y en todo el mundo, para que seamos capaces de decidir sobre nuestra vida y nuestro cuerpo. Diariamente, cientos de activistas buscan la equidad de género  entre gobiernos para que nuestra participación en la toma de desiciones sea más activa y contundente.

Hermanas, todos los días me esfuerzo para que mis amigas se sientan seguras en nuestros espacios, les ofrezco mi casa para que no tengan que viajar solas por la ciudad, también he omitido la palabra ‘puta’ de mi vocabulario porque yo no soy nadie para juzgar su vida. He aprendido a despegarme de la educación patriarcal que me impusieron para dejar de dudar, para tratar a las víctimas como lo que son: VICTIMAS. Todos los días trataré de honrar su memoria contando su historia, y haciendo de este un lugar más seguro para todas.

#VivasNosQueremos #NiUnaMenos #AbortoLegalYa