En 1994 el actual Director General del Fideicomiso del Centro Histórico de la Ciudad de México, Inti Muñoz, tenía 20 años y estaba a punto de cambiar la Ingeniería por las Ciencias Políticas. Después de platicar con él sobre la historia de los movimientos juveniles en la Ciudad de México, no queda duda de que tomó la decisión correcta. Con un tono tranquilo y precisión en cada palabra, recuerda el terremoto de 1985 como el principio del fin de la estructura autoritaria del gobierno en el DF: “Cuando la emergencia era salir a las calles para rescatar a los heridos y cadáveres, el Departamento del DF sólo pidió la ayuda del ejército para acordonar las fábricas y lugares donde había maquinaria y propiedades privadas. Fue la sociedad la que construyó una amplia red solidaria en unos cuantos días, teniendo a los jóvenes como motor para reconstruir la ciudad”. Inti se expresa con orgullo de los logros sociales que más tarde lo inspirarían a ocuparse de sus propias batallas.

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Antes del primero de enero del 94 ya existía un movimiento ciudadano compuesto por distintas partes de la sociedad, entre los que destacaban jóvenes que luchaban contra la represión y la persecución de sus manifestaciones culturales. Inti estaba en la trinchera universitaria: “Habíamos construido un programa bastante amplio en defensa de la educación gratuita, siempre participando con sindicatos y grupos con los que sentíamos empatía”. Por momentos, la voz de Inti recupera la vitalidad y el sentimiento de frustración de hace dos décadas atrás.

Mientras la sociedad demostraba su capacidad de organización, el rock aguardaba el momento perfecto para regresar de la periferia de la ciudad. Los conocimientos sociopolíticos de Inti son igualados por su cultura musical: “Entre el 68 y el 88 el único frente de batalla que se había mantenido en el rock era El Tri y las bandas que tocaban en hoyos fonki, una escena marginada que denunciaba al gobierno y luchaba contra la policía”. Aunque no lo mencionó, suponemos que alguna vez se llegó a ver al actual servidor público en algún “toquín” clandestino, debido a la nostalgia expresada en su relato.

En este escenario de constante lucha y represión apareció la icónica camada de Rock en tu Idioma: Las Insólitas Imágenes de Aurora (quienes después serían Caifanes), Maldita Vecindad, Santa Sabina, Café Tacvba y otras más que se presentaban en espacios como Rockotitlán y los auditorios universitarios de CU o los CCH. “El rock comenzó a ser el movimiento que se identificaba con el sentimiento de lucha de los estudiantes: el derecho a la educación, el derecho a la cultura y el derecho al espacio público”, recuerda Inti.

La aparición del EZLN conmovió a todos los mexicanos que se encontraban disconformes con su realidad. Lejos de los partidos políticos y los medios de comunicación llegó un discurso poético proveniente de comunidades indígenas. “Entendimos que además de nuestra lucha, había un México todavía más jodido, que también estaba peleando con un discurso de democracia, libertad y pluralidad”, así lo asimiló el entonces estudiante Inti.

Y así lo descubrió el músico mexicano Poncho Figueroa, bajista de Santa Sabina (hoy integrante de Los Jaigüey), durante una plática en una pequeña cafetería:

“El primero de enero estaba dormido con mi chava, después de una noche de muchas drogas. De hecho, era un ácido tan chafa el que nos metimos que pensé que nunca iba a volverme a dormir en toda mi vida. Pero lo logré”. Poncho pide otro café mientras recuerda el amanecer de 1994 con una llamada familiar: “A las 7 de la mañana me habló mi mamá y me dijo:

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Además de Santa Sabina, Poncho tocaba en grupos como Las Plastipuchas y su Bello Público y Los Psicotrópicos, todos con un activismo y actitud de protesta que lo llevaron a participar en diferentes manifestaciones juveniles, desde obras de teatro hasta marchas del 2 de octubre. El espíritu inconforme del bajista se identificó plenamente con el EZLN: “Los zapatistas tuvieron la facultad de poner las fichas muy claras en el tablero, quiénes eran los blancos y quiénes eran los negros”.

A 12 días del levantamiento rebelde en Chiapas, los enfrentamientos con el ejército se intensificaron, provocando la reacción de la sociedad mexicana en una gran marcha en la Ciudad de México que exigía el cese al fuego y el inicio de diálogos por la paz. El 19 de enero, Inti Muñoz participó en la organización del primer concierto en apoyo al zapatismo en CU: “Miembros del Consejo Estudiantil Universitario (CEU) nos propusimos organizar el evento de rock más grande que se había planeado hasta ese momento en la ciudad y gracias a la solidaridad de varias personas que nos prestaron o fiaron equipo, convocamos a 40 mil personas (o más) y juntamos 10 toneladas de ayuda humanitaria”.

Entre los grupos que tocaron estaban Caifanes, Juguete Rabioso, Maldita Vecindad y Santa Sabina. La presentación de este último quedó grabada en la memoria de Inti para siempre. “Cuando Santa Sabina empezó su participación, Rita gritó:

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En ese momento se definió claramente una identidad de esa generación, de ese movimiento y de esa nueva corriente cultural masiva urbana juvenil”, afirma Inti con nostalgia.

A bordo de un camión secuestrado de la Facultad de Filosofía y Letras, una caravana de estudiantes se trasladó a Chiapas para entregar las ganancias y ayuda a las comunidades zapatistas. Inti califica de “aventurada” la acción de sus compañeros al adentrarse en los territorios en conflicto: “El primer contacto fue la Diócesis de San Cristobal, ellos nos indicaban a qué comunidades se podía entrar sin peligro; pero los estudiantes decidieron ir más allá y rompieron los cercos militares hasta encontrar al EZLN. Fue la primera vez que una representación de la sociedad civil estuvo frente a frente con los zapatistas”.

1994 fue año de elecciones presidenciales y el levantamiento zapatista le puso un alto al sueño primermundista que trajo la firma del TLC, además de echarle sal a la herida que abrieron los asesinatos de Colosio y Ruiz Massieu. En ese contexto, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional optó por una acción pacifista en agosto, cuando se llevó a cabo la Convención Nacional Democrática, un congreso abierto en la selva Lacandona al que el joven Inti Muñoz acudió: “Éramos nueve mil personas en un auditorio que hicieron los zapatistas con troncos y tensores de cerro a cerro. El objetivo era hacer un llamado a la unidad para luchar por la paz y la justicia”. Los zapatistas no necesitaron recintos lujosos para congregarse y proponer soluciones.

Para cuando Ernesto Zedillo se puso la banda presidencial (1995), el zapatismo civil había contagiado a la comunidad artística, los estudiantes ya sabían organizar conciertos e incluso había acuerdos por la paz. La tranquilidad con la que Inti ha narrado los acontecimientos de mediados de los noventa está apunto de adquirir, brevemente, un tono iracundo: de repente, en una acción absolutamente inesperada e inexplicable, el gobierno anuncia que el ejército está incursionando en el terreno zapatista con órdenes de aprehensión contra todos los integrantes del EZLN y revelan la verdadera identidad de Marcos.

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La determinación de Inti y el grupo con el que participaba fue tajante: “Chinguen a su puta madre, los vamos a sacar del territorio zapatista, vamos a detener la guerra y todos somos zapatistas: todos somos Marcos”, recuerda Muñoz mientras cierra el puño y casi golpea la mesa. En tres días se organizó una manifestación de 200 mil personas que echó para atrás al ejército, pero el daño ya estaba hecho: el avance del militar desplazó a miles de indígenas zapatistas que tuvieron que huir a las montañas, donde sufrieron hambre y pobreza extrema.

Como si fuese parte de una trama planeada por algún guionista, la historia de lucha y resistencia desde la ciudad se complicó. Caifanes se presentó en la delegación Venustiano Carranza con consecuencias drásticas para los recién recuperados eventos de rock: debido a algunos disturbios provocados por asistentes durante el show, el regente del DF, Oscar Espinoza Villareal, prohibió los conciertos al aire libre en la Ciudad de México. Inti y los demás activistas estaban en jaque: “Teníamos que hacer un evento masivo entre la prohibición en la ciudad y la incursión del ejército en Chiapas, y tenía que ser el más grande en todos los sentidos pues necesitábamos juntar recursos suficientes para que los zapatistas desplazados reconstruyeran sus comunidades”. Bajo esa premura y con todo en contra, los organizadores se reunieron en el Sanborns de Coyoacán para planear el siguiente gran concierto.

Poncho Figueroa recuerda uno de los argumentos para definir la sede del nuevo masivo:  “Necesitábamos protegernos de alguna manera, un lugar al que pudieramos llegar sin pedir permiso, simplemente usar por derecho las instalaciones de la gente”. Con el antecedente del rock en foros universitarios y el apoyo de la comunidad estudiantil, los organizadores decidieron utilizar el estadio de prácticas de CU.

El 28 de febrero se realizó el “Rock por la paz y la tolerancia”, donde debutaron en masivos Panteón Rococó, Zoé, Julieta Venegas, La Tremenda Korte y Salón Victoria. La poderosa memoria de Inti no sólo despacha los debuts, sino también las cifras aproximadas: “Se juntaron algo así como 325 mil pesos y 15 toneladas de ayuda humanitaria”. La recaudación fue entregada por una comisión encabezada por Rita Guerrero, lo cual generó diferencias internas entre los músicos pues algunos se sintieron excluidos, “pero es que la forma de entregarlos era semiclandestina porque estaba el ejército, una situación muy complicada” agrega Muñoz.

El bajista de Santa Sabina acudió a Chiapas y convivió con músicos zapatistas, a los que les preguntó sobre su organización como un ejército de gente, no de ciegos. “Ellos decían que llevaban años en las montañas y su mayor arma era la soledad y la reflexión. Estando en la nada y con la tristeza de la realidad de su pueblo, tenían la capacidad de reflexionar, y eso es algo que nosotros (citadinos) que perdimos por el acelere en general, por la necesidad de la inmediatez”, Poncho repite las palabras de los zapatistas con orgullo, está claro que ocupan un lugar importante en su vida.

18 de mayo del 95, es el día de dar: Doce Serpiente

La comisión que entregó la ayuda generada en evento de febrero regresó contenta de haber cumplido la misión pero consciente de que las necesidades de los indígenas afectados eran mayores a lo que habían aportado, por eso decidieron organizar un nuevo concierto, un festival llamado Doce Serpiente, nombre sugerido por Roco de Maldita. La convocatoria volvió a ser un éxito, pero el evento entregó resultados intangibles que sorprendieron a Inti: “Fueron 12 horas de festival, con solo 15 elementos de seguridad en la valla y varios chavos más con una playera que los identificaba como brigadas de paz; no había policías”, ese ambiente de seguridad, reflexiona Inti, fue el principio de una nueva forma de entender y utilizar espacios públicos para rock, “el Vive Latino de alguna forma hereda o camina por una brecha que abrimos desde la batalla por conquistar la calle contra la represión policiaca”.

“El Rock de la Consulta” sería el tercer festival que se llevaría a cabo en el estadio de prácticas, sin embargo a un día del concierto y ya con el escenario montado, los artistas y estudiantes se enfrentaron a grupos de choque que les impidieron realizar el evento. “Cuando llegamos a pedirles el estadio los equipos de americano, que son los porros normalmente, nos dijeron que tenían la orden de impedirlo y medio que a madrazos nos sacaron”, Poncho cuenta la anécdota con una sonrisa nerviosa, “tuvimos que mudar el evento a la explanada de Rectoría y llegaron como 60 mil personas”. Desgraciadamente no había manera de controlar el acceso en la explanada, así que el evento no sólo no pudo recaudar fondos, sino que además salió perdiendo por los costos de la producción. Estos gastos tuvieron que ser cubiertos por los organizadores, lo que generó problemas entre ellos (ver el capítulo 2 de esta serie).

Inti Muñoz se disculpa porque debe ir a una reunión de trabajo y termina la entrevista con un par de anécdotas y el deseo de reunirse con sus compañeros de resistencia musical a mediados de los noventa, “me saludan mucho a Poncho”.

Poncho Figueroa termina su segunda taza de café al mismo tiempo que otro integrante de Los Jaigüey llega al pequeño local donde realizamos la entrevista, ya lo esperaba. Antes de despedirnos le pasamos el saludo de Inti, “¡Qué chido!, salúdenmelo también”.

En las próximas entregas de esta serie revisaremos la conexión entre los masivos de CU y el surgimiento del Vive Latino, además de un repaso por la música alternativa mexicana que derivó del movimiento cultural de 1994.

FotoxDaniel Patlán